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Disco del mes (enero 2013): DEXYS One day I’m going to soar

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DEXYS

One day I’m going to soar

BMG, 2012

Kevin Rowland ha estado algo piyuli. Eso nadie lo duda. Loco de atar, y ni siquiera estamos considerando la que lió con el vestidito de canesú y las lap-dancers en aquel festival donde por poco le sepultan a vasazos. No, estamos hablando de toda su vida, de las que ha armado en el pasado: las peleas, los cambios de rumbo, la cabezonería irracional, la manía persecutoria, los disfraces cuestionables, los cismas y pogromos, el amor desmesurado por prendas, discos e ideas acompañado de completo desprecio por las personas… Tomadas en paquete y analizadas desde un prisma médico, la mayoría de sus acciones se leen hoy como la hoja de ruta de alguien con trastorno bipolar (por no decir de un psicópata terminal). Lo dice él mismo en la primera canción del nuevo disco de Dexys: “Well I know that I’ve been crazy / and that can’t be denied”. Nosotros no le íbamos a llevar la contraria y, de todos modos, sabemos lo que sucede con los que entran en la lista de Enemigos de Kevin.

Hoy, Kevin Rowland está mejor, del mismo modo que Edwyn Collins está mejor (a pesar de la terrible enfermedad que padeció). Están mejor en el sentido de que eran hombres consumidos por una visión flamígera, hombres llevados por la furia de sus propias obsesiones y rencores, y si bien es cierto que esas cosas producen inmensos discos de música pop, también son tremendamente dañinos para el alma. Rowland está hoy reconciliado con su Gran Locura, y One day I’m going to soar es el producto de ese pacto con su pasado. De sea revisión de su demencia. Dicho esto, Rowland (siempre haciendo lo opuesto de lo que se espera de él) no ha entregado un álbum confortable para escuchar cerca del fuego, sino un tremendo disco de confesión, remordimiento e inventario moral que no veíamos desde las eras del deep soul, vamos. Una cosa musicalmente festiva pero líricamente amarga, cuyos arrebatos de vodevil, peleas escenificadas a lo Pimpinela y general ambiente de Philadelphia Soul no logran suavizar una serie de terribles reflexiones sobre su condición y traspiés y dolor creado.

Ignoremos la biografía -sería absurdo repetirla aquí- y saltemos directamente a One day I’m going to soar, el primer disco de Dexys en casi treinta años. Las revistas musicales y los plumillas habituales, incapaces de encontrar un término medio entre el desprecio o la adoración servil (ahora procede decir que Dexys molan) no han encontrado un solo fallo en este nuevo álbum. Esto solo puede explicarse porque a) no conocen demasiado a fondo la obra de Dexys, o b) le temen (lo que sería perfectamente comprensible, considerando su talante inflamable), pues algún fallo tiene, vaya eso por delante. Acostumbrados a la épica beligerante de sus títulos clásicos, nombres de canciones como “You”, “Me”, “Lost”, “Now” o “Free” parecen sacados de una colección de caras B de Cast; y aunque el género prevalente es (sin duda) el 70’s soul, en algunas ocasiones la ensemble deriva hacia los primeros Commodores. Asimismo, cuando no punza sus heridas supurantes con un palitroque, Rowland tiende a deslizarse sin querer hacia el estribillo cliché estilo David Soul: “siempre te amaré”, “eres lo que más quiero”, “pienso en ti”, “te quiero”, etc. Un tipo de dialéctica tennybopper que le pega más bien poco, considerando que Rowland es uno de los tipos más dañados, retorcidos y adultos del pop.

Pero quizás lo mencionado en el párrafo anterior (los títulos monosilábicos, las blanduras Te-Quiero-Nene, el ocasional momento Lionel Ritchie), sea solo un marco con el que comparar las verdades brutales que Kevin va a dejar caer en nuestro regazo como la típica cabeza cercenada en una película de horror. Tiene una lógica perversa: Rowland deja caer sus Te Quieros y sus arrumacos besín-besán para que el bofetón nos pille por sorpresa. Es entonces cuando, nosotros excitados en el asiento de atrás, puede anunciarnos tan pancho que es “incapaz de amar”, que “estaba tan perdido por dentro/ y traté de esconderlo del mundo” y, que en general, ha llegado a una conclusión a la que llegaron antes que él otros notorios metepatas como Harry Crews: que una vida tranquila con mujer e hijos no es lo que el destino le tenía reservado. Y que o lo tomas o lo dejas, qué le vamos a hacer.

Desde allí, Rowland ataca. Se ataca a sí mismo, como un locatis con compulsión autolaceradora a quien le hubiesen regalado por equivocación una hoja de afeitar nuevecita. No hay lugar para la autocompasión ni las excusas: Roland se sienta en el diván y confiesa su personalidad obsesiva, su ferviente deseo de ser alguien, sus constantes fantasías y sueños, su potencialmente dañina incapacidad de encontrar satisfacción en nada, la forma inmunda en la que ha tratado a sus allegados, amigos y súbditos, los anhelos de su infancia y el inmenso dolor que habita en su corazón. En ese sentido, “Lost” sea tal vez la letra más dura:

I was always dreaming about something, about how my life could be,

Full of music, girls and clothes I dreamed about beauty,

and it was good but there was always disturbance in my mind,
pretty soon it was obvious that I was lost inside,
I was so lost, I was lost inside
I was so lost, I was lost inside,
but I tried to hide it from the world and all of my family,
I could not exist in the world, like there was something wrong with me.
(but now you’ve grown and you understand how things are meant to be
and it’s time you stopped the dream and faced up to reality)

Lo que está diciendo Rowland es sencillo: no estoy bien, no. No soy como vosotros. La personalidad del artista se revela aquí simultáneamente como fuente de inspiración y de perpetua infelicidad, como la esquizofrenia de aquel famoso pintor, la visión torcida que permitirá el mejor arte pero nos mandará desorejados al psiquiátrico. Rowland sabe que la misma cosa que le impide ser feliz es la que le obliga a “ponerlo todo” en las canciones. Confesión de libro de estilo, la que abarca desde John Fante a los primeros libros de santos. Abrir las entrañas y diseccionarlas temerariamente, armado solo con el escudo de la ficción o la canción. La separación que viene implícita en el gesto de construir una melodía pop para esa verdad (o modelar un protagonista para que acarree la culpa) es precisamente la que nos acerca a dicha verdad. El camino narrativo es, al final, el que cuenta mayores verdades, pues carece de la compulsión embellecedora o la visión heroica que son inseparables de la autobiografía. En ese sentido, el Rowland guerrero de antaño se ha esfumado: el único ataque (“¡Attack attack, I said attack attack!”) que se siente con ánimos de hacer es contra su propio trasero. Y nosotros decimos: bravo, Kevin. Hay que ser muy hombre, muy viejo, muy valiente y muy sabio para iniciar una escabechina de estas proporciones. Que es épica, sin duda, pero en la vertiente de estoica autoinmolación. Tomen si no la letra entera de “Me”. Algo que, de encontrarlo entre las páginas del diario de nuestro hijo adolescente, nos haría sollozar de pura congoja para, una vez repuestos, llamar de inmediato a las autoridades:

There’s something wrong with me, people don’t respect me,
don’t seem to like me no, they want to hurt me so,
There’s something wrong with me, I can’t let no-one see,
I pretend I’m ok until I find my way,
Cos if they see that I’m weak I know what they’ll do to me,
They’ll only hurt me and I know that they will take her from me,
I mustn’t let them know, I mustn’t let it show,
They’ll take the piss out of me or talk down to me,
and if she sees she’ll know, cos If I’m weak she’ll go,
Well I know what I’ll do I’m gonna be someone,
and then no-one can put me down cos I will be number one,
(…) and now all these people are depending on me and that man who was my friend,
I think he’s robbing from me,
I don’t know where to go, I don’t know who is friend or foe,
I can’t handle this, I don’t want to handle this, what the fuck happened?

El disco tiene muchas otras cosas celebrables: Pete Williams ha cobrado un nuevo protagonismo (excesivo a ratos, especialmente en directo, cuando se bambolea en mangas de camisa por el escenario como un gran peluchón de Barrio Sésamo); el trombón de Big Jim Patterson, Celtic Soul Brother #2, se escucha en la mayoría de las canciones; hay nuevos fragmentos de diálogo, tan típicos del Don’t stand me down; hay varias peleas de pareja (rozando la horterada; pero es horterada de calidad, sépanlo); Mick Talbot, de The Style Council, deja su impronta organística en otro buen número de cortes (“Me” recuerda sospechosamente al “Shout to the top”, por cierto); y hay una porrada de armonías y melodías que sacan lo mejor de la herencia O’Jays, Harold Melvin & The Blue Notes, Barry White y los últimos Kool & The Gang. Unan todo eso a la nueva voz narrativa de Rowland (pues su voz física está igualita que donde la dejó en 1984), a la importancia de un disco de intención conceptual (tendría que haberse llamado My fault, como el libro de Billy Childish) y temática profunda verbalizada con engañosa ligereza del 70’s soul pulido, y comprenderán por qué Rowland ha vuelto a publicar algo que está por encima de la mayoría de sus contemporáneos. Tenga o no canciones con títulos monosilábicos. Qué bien que volviste, Kevin. Kiko Amat


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