Sociofobia; el cambio político en la era de la utopía digital
César Rendueles
Capitán Swing
196 págs.
Una entrevista con César Rendueles, Pt.2 (continúa desde la Pt.1)
Me gustaría ahora que nos explicaras brevemente otro concepto sobre el que nuestra izquierda parece estar de acuerdo en bloque: el copyleft. Dudar de su utilidad-para-todo es algo que se mira con completa suspicacia, y sin embargo tú lo cuestionas en Sociofobia.
Debo decir que lo mío es una crítica desde dentro. Me considero parte del movimiento de cultura libre, lo he apoyado desde el principio y participé en el Primer Encuentro Copyleft en Madrid. Pero ese movimiento se ha presentado como algo ecuménico y consensual, como si todas las posiciones fueran la misma. Yo en un encuentro copyleft me he encontrado sentado en una mesa redonda junto a gente con la que en ninguna otra circunstancia habríamos tenido nada de qué hablar ni nada en común. El propietario de un gran medio de comunicación, por ejemplo. Hay cosas de las que nunca se habla en el entorno copyleft, como es el caso de la remuneración de los mediadores y productores. Eso no se tiene en cuenta. El copyleft ha sido pensado en términos muy formalistas –como una categoría jurídica-, pero el movimiento de cultura libre tendría que hacerse cargo también de sus cuestiones más pragmáticas, los conflictos reales, políticos, laborales, etc. Yo creo que sigue una lógica muy liberal en el sentido económico, la idea de que a través de la mutua relación ya irán surgiendo las soluciones oportunas, y cualquier intromisión de la organización pública está de algún modo contaminando su libre proceso. Y a mí eso me parece sospechoso. Por decirlo de algún modo, creo que para que el copyleft dé todo lo que puede dar de sí necesita transformaciones de otro orden, no solo legales sino también políticas. El copyleft está teniendo efectos explosivos y muy positivos en países latinoamericanos con gobiernos de izquierdas, porque poseen los cauces institucionales para controlar y liberar, y eso tiene efectos reales que no afectan solo a situaciones marginales. Y me parece importante también no tratar con tanto limpismo a la gente que se queda atrás. La idea de que “no han sabido adaptarse” (los de las tiendas de discos, los de los periódicos…) me fastidia muchísimo. Imagínate ir a la cola del paro a decirle eso a alguien. A un minero. En cualquier otro ámbito decir algo así sería inconcebible. Te matarían. Y con razón. Yo les ayudaría a matarte (ríe). En cambio en el movimiento copyleft impera un darwinismo social extremo. “¿Los del cine? Inadaptados, chupópteros, subvenciones, bla bla”.
Parece que se haya olvidado también una parte crucial del debate, que es: ¿Quién leches paga al flautista? Tú sugieres que el copyleft lo empezó gente de sistemas de computación, y que para ciertas particularidades de esos sistemas funcionaba de perillas. Pero no funciona tan bien para músicos, novelistas…
A mí me chirria la espontaneidad, que lo que pase siempre sea bueno por defecto y no podamos pararnos a pensar. Si optamos por el copyleft, entonces pongamos los medios para que estas prácticas sigan siendo remuneradas. O al revés: decidamos que los músicos tienen que ser amateurs y que nunca vuelva a cobrar nadie. Pero pensémoslo, al menos. Porque esa espontaneidad es una traducción inmediata de la lógica del mercado: lo que ha pasado es lo bueno y punto. Hay un terreno no pensado y tratado con mucha condescendencia por el mundo del copyleft. Además a muchos hasta ahora les ha ido bien, porque son informáticos, y profesionalmente tenían recursos, métodos para ganarse la vida… Creo que ahí hay un cierto elitismo, incluso profesional.
Sucede lo mismo con Wikipedia. La realidad desmiente la utopía. Por mucho que digan que “la hacemos entre todos” sigue estando controlada y revisada por expertos de cada campo. Como tiene que ser, vaya.
A ver, yo soy wikipedista…
Yo también la utilizo. Aunque un día vi mi entrada por casualidad y me dije: “Pero ¿quién es este fulano?”. Estaba todo mal. Aparecía incluso la palabra “Generación Nocilla”. Eso me inquieta, porque igual que sucedía con aquellos espantosos artículos periodísticos sobre “tribus urbanas” de los ochenta (en los que los periódicos no daban una) pienso si será así con todo el resto de información.
(Risas) Yo la uso mucho, pero hay un estudio de una universidad inglesa que siempre se plantea para demostrar la fiabilidad de Wikipedia, y que se basa en compararla con la Enciclopedia Británica, especialmente en lo que respecta a las voces científicas. Y efectivamente las voces científicas de Wikipedia son muy fiables, están muy bien hechas, a diferencia de otras muchas. Me da que pensar que no hayan estudios empíricos sobre quién trabaja en ella, pero no me cabe la menor duda que es gente formada académicamente en esos ámbitos, o incluso profesionales de esos ámbitos. Lo cual quiere decir que de alguna forma instituciones públicas muy tradicionales están alimentando Wikipedia. Lo cual me parece bien; pero no deberían negarlo. De hecho, creo que podría beneficiar a Wikipedia. Soy partidario de que las instituciones académicas participen más en Wikipedia. Pero de nuevo estamos en esa ideología de la espontaneidad, de un montón de individuos que por arte de magia digital se encuentran en un espacio coordinado. Esa imagen mágica se destruiría si empezáramos a buscar fuentes y citar instituciones, que es lo que creo que habría que hacer. Y eso implicaría discutir, que supongo es lo que consideran más inquietante (ríe).
Hay dos conceptos de Sociofobia que opino deberían enseñarse en las escuelas a partir de ahora. Una es la nueva mirada al binomio altruismo/egoísmo. Argumentas que en realidad ambos obedecen a una patología muy parecida, y añades que “lo opuesto al egoísmo no es el altruismo, sino el compromiso”. O sea, la conducta cooperativa.
Yo lo explico usando el ejemplo de la familia. No porque sea un compromiso que me parezca particularmente bueno, pues hay muchas familias horribles con las que es adecuado romper (ríe), pero sí porque es algo que todo el mundo ha vivido y comprende. Ejemplo: Tú, si tienes un sobrino que te cae muy mal, no lo despides ni eliges no tratar con él, ni nada. Te aguantas y lo sobrellevas, porque así son las familias y estás comprometido con esa realidad. Y existen muchas realidades de nuestra vida con las que estamos comprometidos, no son algo que elijamos. En cambio, en el mercado nos definimos por nuestras elecciones: mi única identidad como consumidor es lo que elijo. ¿Quién soy yo en el supermercado? La cesta que acarreo. Y eso sucede en Internet. ¿Quién soy yo en la red? Mi historial de navegación, mis likes en Facebook. La diferencia entre altruismo y compromiso es esa. El altruismo puede ser maravilloso y es muy importante, y puede ser muy noble (ríe), no tengo nada en contra de él; pero se elije. El compromiso no necesariamente tiene que ser obligatorio, pero no es particularmente electivo de la forma en que lo es navegar por internet, comprar en el supermercado o dar una limosna. Si tuviésemos que elegir cambiar pañales, nuestros hijos irían llenos de mierda todo el día (ríe). Ningún padre elegiría eso. Eliges tenerlo y comprometerte. Creo que la vida política es imposible sin esa idea de compromiso. Una cooperación electiva como la que nos plantean muchas veces en Internet es incompatible con la vida en común. El mercado ha intentado que no tengamos que comprometernos con esa cooperación y que nazca un automatismo mágico que nos permita coordinarnos a través del egoísmo. Eso es un fracaso, es mentira, y nunca ha existido esa coordinación. También es mentira el liberalismo de cara amable que propugna internet. Los proyectos cooperativos de internet que sí funcionan lo hacen porque hay gente muy comprometida en ellos.
Otra idea clave de Sociofobia es la del ciberfetichismo como ortopedia tecnológica: una simulación, una “muleta” que disimula las cojeras que realmente nos aquejan. Y que solo chuta por la “reducción de expectativas” de debate, diálogo o amistad que imperan allí.
Hay un tipo de publicidad que me gusta mucho, y son los anuncios de psicofármacos de los años cincuenta que aparecían en revistas generalistas como Time. Son realmente impresionantes porque lanzan una utopía farmacológica. Te presentan esas vidas dañadas de amas de casa completamente aisladas en su urbanización, y lo que les ofrecían los psicofármacos no era reparar esa vida dañada (nadie pensaba que el Valium fuese a terminar con la discriminación de género, por ejemplo) sino aplicar una muleta que te ayudara a sobrellevarlo mejor. Y en buena medida eso lo que sucede con las tecnologías sociales y las redes: nadie cree que en realidad una amigo de Facebook se parezca ni remotamente a un amigo real, pero de alguna forma te permite olvidarte del tema y seguir adelante. En ese sentido se parecen bastante a las pastillas. Rebajaré lo que necesito, me ayudará a seguir adelante en una especie de bruma, de simulacro de sociabilidad que en estas vidas cada vez más fragmentadas que llevamos me ayudará a sobrevivir.
Me irrita particularmente lo de los modelos que no lucen bien en la red y acaban reducidos a la invisibilidad. En internet quedan más o menos fotogénicos los mensajes de pedrada al banco y revolución (con los que fundamentalmente estoy de acuerdo, sin duda) pero no queda bien lo de ir a visitar a tu abuelo o escribir en papel o organizar un comunidad de cuidados o ser fontanero.
Efectivamente. La extrema izquierda surgió de iniciativas como esa, de cuidado mutuo. Si repasas la historia del movimiento obrero en el siglo XIX, las primeras organizaciones (antes de que hubiera sindicatos) estaban dedicadas al cuidado. De los niños, cajas de comedores, de funerales… Había cajas de asistencia que te aseguraban que alguien iba a enterrarte, al menos (ríe). Y yo creo que estamos aprendiendo a reandar ese camino. Mucha gente de nuestra generación, los que hemos tenido hijos muy tarde y la realidad de los cuidados se nos ha echado encima después de una vida de consumo, está empezando a repensar eso, también por el desgaste de la izquierda tradicional. Pienso sobretodo en la PAH y las plataformas anti-desahucios, que son cosas que tienen que ver con el cuidado, que implican que si te van a echar de tu casa haya cincuenta personas afines que aparezcan y digan que de allí no te van a echar, porque te cuidamos. Hay una relación de continuidad entre cuidar de tu hijo, cuidar de tu padre, cuidarnos mutuamente, cuidar de tu pareja y finalmente ponerte ante una puerta para decir que no van a echar a alguien de una casa. Históricamente creo que ha sido el germen de las alternativas al capitalismo, y creo que debería volver a serlo.
A mí me chifla que esto –la PAH, el 15M- haya hecho de los movimientos sociales algo mucho más inclusivo de lo que era en los ochenta y noventa, cuando eran guetos y tribus urbanas, y tenías que ser vegano, okupa, ciclista y no sé qué más hostias para que te diesen el carnet. Yo tuve siempre una relación compleja con estas exigencias de la izquierda radical.
Para mí el 15M no fue esa cosa tan cibernética que cuentan. Para mí fue llegar al parque donde llevo a mis hijos a jugar y de repente hablar con los padres con los que me encuentro allí de bancos. Y sucedió en un mes. Pasamos de las marcas de chupetes al capital financiero. De repente hablas con gente con la que sabías que tenías muchas cosas en común, como trabajadores inmigrantes o canis del hipermercado. Doy clase en la facultad de trabajo social, y allí va gente de clase trabajadora, con pocos recursos y gente muy comprometida, trabajadores sociales y muy de izquierda pero muy alejados de los discursos sofisticados de cierta izquierda teórica. Y ahora me encuentro con que tengo muchas cosas que decirme con ellos. El 15M nos ayudó a derribar esas barreras. A mí me limpió de cinismo, y eso es maravilloso. Las críticas que se le hacen, diciendo que ha fracasado y tal… Bueno, para mí no fracasó, y es un proceso que sigue en marcha.
Considero muy importante tu afirmación de que el 15M sucedió a pesar de internet. Eso es para mí una distinción capital. Lo que demostró el 15M era, de hecho, que teníamos que regresar a los modelos de protesta no digitales: cuerpos humanos bloqueando calles y tomando plazas, en lugar de Likes o twits o chuscas injurias anónimas en blogs.
Yo eso lo tuve clarísimo. Es exactamente lo contrario que insultarnos en los foros de los periódicos. Es estar cara a cara con gente con la que no tenías ninguna historia en común, con funcionarios y tal. Y me tengo que entender con ellos, al contrario de lo que sucede en los foros, donde acudes a no estar de acuerdo con la gente. Yo creo que eso sigue pasando. Las fotos que salen de los movimientos anti-desahucios se comentan poco, pero es asombroso ver a señoras de clase media al lado de trabajadores inmigrantes. Muchas veces se dice que la PAH ha derribado las barreras sociales y que es un movimiento interclase. Entiendo lo que se quiere decir y lo respeto, pero creo que es al revés: nos ha hecho ver las clases sociales que existen, y que las clases sociológicas que imaginábamos eran una mentira. Que tener un coche caro o no tenerlo cambiaba más bien poco la clase a la que pertenecías de veras.
Una parte mezquina de mi alegría por el 15M fue que desenmascaró a una élite de izquierdistas ilustrados post-68 a los que aún se consideraba progresistas. Y de repente sus columnas iban llenas de desconfianza inmediata, cinismo atronador y defensa del statu quo. Y peor: algunos de ellos criticaban al movimiento por ser insuficientemente violento. Ah, vale: que si fuesen con Kalashnikovs matando a peña te parecerían bien. Estoy hablando, por supuesto, de Quim Monzó.
(Carcajada) Estamos enfermos de elitismo. El texto que más me ha impactado en muchísimo tiempo es el Chavs, de Owen Jones. Te ves a ti mismo reflejado, expresado con mucha empatía. Ese desprecio, esa crueldad hacia los perdedores de todo este tinglado, y que cualquier intento de organización o respuesta es descartado inmediatamente por nuestros popes como infantilismo izquierdista o cosas peores. Y eso es hacer de agentes del fascismo, básicamente. Están esperando a que salga un partido de extrema derecha y toda esa gente perdedora se afilie ahí para poder insultarles tranquilamente y llamarles al fin estúpidos borregos. La carta abierta que mandasteis Manolo Martínez y tu a Quim Monzó me hizo reír mucho, y además era increíblemente efectiva.
Esa actitud nos demuestra que la desconfianza y el desprecio hacia los cholos, canis o poligoneros no tiene nada que ver con su violencia ni supuesto apoliticismo. Lo que la izquierda exquisita siempre ha querido decir y no puede es: esta gente no tiene mi educación, ni ha ido a mis colegios ni viene de las familias que yo conozco.
Y es un discurso muy adaptativo. Lo plantea Owen Jones: en el fondo es un discurso de complicidad con el neoliberalismo. Tras la ofensiva neoliberal el espacio que te ha quedado es el del multiculturalismo, un conjunto de valores aceptados por ellos, pero que por otro lado te permiten demonizar a la clase trabajadora. Pero poligoneros vamos a ser todos en unos años (ríe). Mejor que se vayan acostumbrando.
Kiko Amat
(Esta ha sido la segunda parte de la extensa y educativa entrevista (y Libro del Mes de octubre del 2013) de Bendito Atraso con César Rendueles, autor de Sociofobia. Si desean leer la primera entrega, clickeen con salero aquí)