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El resplandor de Fante, otra vez

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Seguimos con la tarea de evangelización en nombre de John Fante, nuestro Dios, y la SENCILLEZ, nuestro espíritu Santo.

Hoy 17 de julio a las 19:30h, en la flamante librería La Impossible (Provença 232), Kiko Amat dará su acostumbrado sermón Fanteista, esperando que alguno de ustedes quede cegado por el resplandor y el arrebato de su prosa y se convierta a nuestra fe. Dureza, emoción, simplicidad y VERDAD: esos son los elementos de nuestro evangelio. Como monjes guerreros del siglo VII, seguimos aporreando con la condenada verdad.

El motivo de este nuevo sermón de la montaña es, ya lo imaginan, la esperada traducción al catalán de The Brotherhood of the grape (La germandat del raïm) que acaba de publicar la editorial 1984, tras el éxito de su reciente Plens de vida. También hablará el traductor de ambos libros, Martí Sales (Els Surfing Sirles).

Vengan a experimentar su momento “camino a Damasco”. Vengan a la fe. Habrá vino, pandilla de herejes.


Percusión Persuasiva #1: Los Canguros

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Empezamos una nueva sección en la web de Barcelonés llamada Percusión Persuasiva (y otros sonidos catalíticos). Son crónicas de conciertos, una por mes, donde daremos rienda suelta a toda nuestra subjetividad, locuacidad, afán historicista y visión en primera persona.

Esta primera entrega tiene como protagonistas a Los Canguros y su concierto del pasado 22 de junio en Barbara Ann. Es largo y rico en detalle y pormenores. Contiene varias teorías audaces, una extensa lista de cameos, dos o tres improperios y repetidos salmos de amor al pop. Ya saben de qué les hablo.

Hideaway / Vacaciones

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Hideaway. On a holiday. O sea, que nos vamos de vacaciones y cerramos la paradeta. En la maleta va el Cardiffians de Devine & Statton (disco tradicional veraniego de esta casa), las obras completas de HG Wells, García Pavón y Fante, y los 400 blocs de notas distintos que vamos cargando por estos mundos de Dios.

¿Se nos olvida algo? Por supuesto. Se nos olvida colgar el Disco/Libro/Lista del mes de Julio-Agosto, que no hemos escrito por pura pereza y no es plan de escribir ahora apresuradamente y a medio gas. Parece que este verano vamos a pasar directamente de junio a septiembre, nos perdonarán, lectores. Es imposible ser eficiente con esta caló.

En unas horas estaremos bañándonos en la playa de un pequeño pueblo empurdanés. No sufran: no haremos un Reginald Perrin (dejar el montoncito de ropa en la arena y desaparecer). Tenemos la más firme intención de regresar en septiembre.

Hasta entonces ya saben lo que tienen que hacer: disfrutar de la vida (move, move- I’ve got the gift of life), leer libros maravillosos, rodearse de gente querida y mantener alejada la marea de la tristeza. Nos veremos en un mes. It will stand.

Kiko Amat y Stephen Pastel (The Pastels), de cháchara

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Para la revista digital Playground, con la que hemos iniciado una (esperemos que) fructífera y longeva colaboración. Se habla de tontipop, de Vic Godard, de la “teoría del donut”, de las limitaciones como atributo clave de los grupos pop, y de cómo los pijos copiaron el paupérrimo look indie. Lean esta sensacional plática realizando un excitado ¡click! con el ratón justo en este punto.

Deep soul torturado para adolescentes atolondrados

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El pasado jueves 31 de octubre pinchamos junto a Miqui Otero en el marco del In-Edit 2013, homenajeando al gran documental/libro Teenage (de Jon Savage). Esta selección particular de deep soul para adultos destrozados, post-punk, folk raro y garaje 80′s es lo que salió de nuestra atormentada psique. Todo discos amados, 100% libre de MP3. Otero pinchó The Boys y muchas más cosas, pregúntenle a él su parte del berenjenal.

THE MIRACLES (You can’t let the boy overpower) The man in you

PJ PROBY I can’t make it alone

BETTY LAVETTE You’ll wake up wiser

RUTH COPELAND The music box

WHISTLER, CHAUCER, DETROIT AND GREENHILL As pure as the freshly driven snow

THE SAPPHIRES Gotta have your love

THE REFLECTIONS Tightrope walker

GARLAND GREEN Just my way of loving you

THE STINGRAYS Love of a kind

BOBBY BLAND Shoes

THE DELLS Make sure

CLARENCE CARTER I got caught

LOS PISTONES Metadona

LYRES Not looking back

DEAD MOON In the altitudes

THE BANGLES I’m in line

MAMÁ Nada más

THE TWEEDS We ran ourselves

THE PASTELS Yoga

LOS CANGUROS Tomás

NEWTOWN NEUROTICS The mess

En las Batallas #16: Ya no danzo al son de los tambores

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capitol soul club 1st anniversary key ringYo no soy mucho de creer en coincidencias, pero algunas cosas son extrañas, a decir verdad, y encajan igual de extrañamente. Ayer mismo iba por la calle camino al Bar Resolis, con la firme intención de reservar mesa para un desayuno junto a los amigotes de siempre, y pensaba sonriendo en Skatalà, lo que cantaban en “Embolingats”: “El diumenge amb la resaca ah ah / A la plaça del Raspall / Oh oh tots a privar” (el Resolis está en la plaça del Raspall). Y de repente, aún cantándola en voz baja, ah ah ah, sigidop sigidop, giré una esquina y allí, al lado de un contenedor de basura, yacía una casetera llena de casetes que alguien había tirado. Con precaución, por si alguien la había condecorado con esputo, me agaché a fisgar y, mírala, que ahí estaba: la maqueta Fent d’Aquí de Skatalà. No flipes, me grité dentro de la cabeza. NO-ME-FLIPES.

Unas semanas antes yacía yo untado sobre mi silla de trabajo visionando un documental sobre Art Blakey donde aparecían unos jazz dancers de los ochenta meneándose al ritmo de “Night in Tunisia”, ejecutando movimientos imposibles de gran belleza, cuando pensé en bailar. En lo bailado, todo lo que bailamos mis amigos y yo, todos nuestros bailes. De repente sonó el timbre de abajo, dejé de pensar en bailes, agarré el interfono, ¿Kiko Amat? Traigo un paquete, y el mensajero me lo entregó y yo lo abrí, y era el libro Una historia sencilla de Leila Guerrero, un documento periodístico sobre la competición anual de baile Malambo en Laborde, un pequeño pueblo argentino. Una historia épica de gente común, héroes solitarios con una gran visión, que lo sacrifican todo, casi una vida, por tres minutos de baile apasionado y frenético. Y me dije, chillando: ¡Universo! ¿Qué coño tratas de decirme, Universo! ¡Destino! ¡Persónate aquí, hijo de perra, y prepara explicaciones convincentes sobre esta coincidencia apabullante!

Aquella mañana de hace unos días empecé a pensar en bailar, y aún no he logrado dejar de hacerlo. Echo de menos mis bailes. Ser bailarín. Vivir para bailar canciones. La añoranza me aplasta, pues lo cierto es que ya no soy así: aquel niño despreocupado y aguerrido, algo caradura y también vivalavirgen, que agitaba manos y piernas al ritmo de los Creation o los Fleshtones o Patti Austin, your sweet love is music to my heart, music to my heart, mil campanas sonando en mi corazón. Era aquello la más pura expresión del gozo, y así la recuerdo; la forma más auténtica y sincera y automática de decir: estoy aquí, viviendo, y me gusta. La verdad sea dicha, amigos, me gusta mucho. Era una celebración de la pura existencia, un gran SOY que trascendía el tiempo. Había en aquellos bailes una mezcla de exhibicionismo, expresión espiritual, naturalidad infantil, candidez, amor por el ritmo y empuje que se me antoja imposible de replicar en el 2013. Perdí algo, no sé exactamente el qué, y soy ahora incapaz de bailar como antes. Aun conservando el sentido del beat, algo no está, lo noto, percibo el hueco que dejó al largarse de aquí. Bailar me hace sentir… ¿Cómo explicarlo? Self concious, lo llaman los ingleses. Pero no en la traducción correcta (avergonzado) sino en la literal (e incorrecta): consciente de mí mismo. Y sin embargo recuerdo bien que bailar era lo contrario de eso: era superar lo que eras, precisamente, y elevarte a otro lugar; desaparecer, bailando, solo bailando, girando sobre ti mismo, dando una palmada en el lugar adecuado, colocando el peso ahora en este pie, ahora en el otro, levantando los brazos en señal de agradecimiento religioso, agarrándote el corazón, teatralizando cada acción, explicando la letra mediante movimiento de extremidades, saltando por los aires y volviendo a caer. Era algo así. Y era algo hermoso. Y era algo que creo que desapareció, y ya no puedo volver a retener en mis manos, algo que se me escurre entre los dedos, y de ello solo me queda el fantasma de una memoria.

Recuerdo haber bailado, no jodas; lo recuerdo todo. Bailé sin camiseta, a pecho descubierto, en la tarima de la sala Apolo, maxis de techno-house de los que recuerdo el nombre pero no el autor. Funk phenomena. Higher state of conciousness. Bailé northern soul en Londres, en el Capitol Soul Club, en el 100 Club, en el Notre Dame Hall, en el These Old Shoes y el Da-Doo-Ron-Ron y tantos otros, pero también en Barcelona, en la sala Savanna y en la Soweto y en el Ave Turuta y en el KGB y en el Societé y en el Ultramarinos y en el Communiqué. Bailé “Stepping in the right direction” en una disco de León, y el “Dámelo baby” en una planta baja de Zaragoza, y luego bailé “Hexbreaker” en un sótano de Sant Boi, y bailé el “Monkey man” agarrado fuerte a mis amigos en un bar, resbalando en la cerveza derramada y el serrín, hice el bobo con “Bed and breakfast man”, simulando hacer mimo al estilo Madness, bailé mis primeros discos de pop sesentas y ye-yé y los Sírex en mi habitación cuando era un niño, y bailé pegando brincos en el balcón con los Jam y Brighton 64 cuando seguía siendo un niño, y luego aprendí a bailar freakbeat (entonces llamado simplemente pop art) con los Birds y los Creation y los Who, tiré de la cuerda una y mil veces bailando ska y skinhead reggae, hice ver que fornicaba con el aire mil veces más bailando ska y reggae, y todo el rato, todo el rato bailé. Salía para bailar. Si no bailabas, no era salir, casi. Bailaba mal y de repente bailaba muy bien, y me importaba un pito, ahora no bailo ni mal ni bien. No bailo de ninguna manera.

Pero recuerdo el baile del canguro de Uri Serena, dando los brinquitos marsupiales al ritmo del “The tears of a clown”, y yo realizándolos también y encontrándonos a medio camino, muertos de la risa, y recuerdo el involuntario two-step de Iu, siempre danzando sobre la misma baldosa, un-dos, un-dos-tres, como un minué de una sola persona, y recuerdo los espléndidos movimientos de los danzadores de northern que admiré en Inglaterra, las piruetas y tornados sobre uno mismo y patadas en el aire y aquel lanzarse de espaldas para caer sin peligro, como perfectas arañas humanas, y recuerdo a los breakdancers de los porches de mi barrio, enfrente de casa en 1984, a los trece años, yo preguntándome cómo coño lo hacen, cómo hacen los molinos y los trompos y esos zapateados imposibles, dónde se fue la gravedad, y recuerdo con amor a Ringo en 1987, bailando psicodelia o pop y dando la palmada en el momento perfectamente erróneo, justo en el espacio donde no estaba el beat, y se oían cien palmadas y al cabo de un segundo una palmada sola, solitaria, en medio de la sala, y lo que entonces me hacía reír y sufrir hoy me inunda de cariño, y recuerdo bailar twist con algo incongruente como Poison Idea, en la época en que nos dio por el twist-hardcore, y recuerdo bailar solo y bailar acompañado, y bailar en mi pasillo y bailar por la calle, y recuerdo cómo el Seda y yo nos hacíamos el potro el uno al otro, sorteando la espalda ajena de un salto mientras cantábamos a voces el “Feel like jumping” o el “Never grow old” (nunca, nunca, nunca voy a envejecer), y recuerdo ensayar pasos de baile en la moqueta de un hotel de Whitehall donde trabajábamos mi mujer y yo, diciéndole a ella “este pie va aquí, y luego este aquí, y ahora ¡palmada!” cuando de repente se abría la puerta del ascensor y entraban un par de ricachos tomados del brazo y les dábamos las buenas noches aún resollando por el esfuerzo de bailar, y aquellos días salíamos de trabajar a las siete de la tarde e íbamos de inmediato a un club en Tower Hill y a las siete y media, sin pedir siquiera antes una cerveza, casi sin dejar los abrigos, ya estábamos bailando el “Wherever you were” de Bud Harper, incapaces de no bailar, y aquellos eran los mejores momentos. Cuando bailar era la prioridad absoluta, y nada más importaba.

Y a veces me topo con alguien que no bailó, que nunca lo hizo, escritores y periodistas y (sobre todo) críticos musicales, gente que nunca pasó horas en la pista con una sonrisa tremenda esculpida en medio de la cara, pidiendo canciones a gritos, aplaudiendo la selección, tomando aire y volviéndolo a expulsar y luego bailando otra vez, y cuando hablo con ellos pienso: lo que os perdisteis. Nunca sabréis lo que os perdisteis. Porque cuando no teníamos nada, teníamos aquellas canciones y aquellos bailes, y si no llego a tenerlos me hubiese quitado la vida, jódete, me habría matado, amigo, sí señor, porque ¿cómo vivir sin algo así?

Y hoy en día, jódete otra vez, ya no bailo. Cuando lo hago, me canso antes. Cuando no me canso, me noto, me veo a mí mismo bailando, y no me gusta esa sensación. La de estar, de repente, en mi compañía. Y solo de vez en cuando consigo olvidar todo, cuando les pongo a mis niños el “Sé de un lugar” de Los Ginkas, o la noche en que Miqui me pinchó el “Geno” en el bar del CCCB, y solo en esos momentos cada vez más preciosos y raros consigo olvidarlo todo, y acariciar por un momento aquella gloria inmensa que no podías casi tragar, la maravilla de estar allí moviéndote, fuera de ti, superando lo que en realidad eras, solo poniendo en pasos el amor por estar vivo, dando puñetazos al aire sin que te importe ná, solo berreando “the lowest head in the crowd that night / just practising steps and keeping out of sight” como si todo fuese a terminar de un momento a otro, como retando a la vejez, como diciéndole No tienes huevos a la vejez, y pensando al mismo tiempo esto es –joderjoderjoder- lo mejor que me ha pasado nunca. Y es un momento fugaz, es ese un efímero instante de gracia, y cuando termina es como si hubiese pasado un espíritu antiguo a través de mí. Zuf, y ya no está. El fantasma de mis bailes pasados. Y no tengo ni idea de dónde se fue, pero me gustaría que regresara, porque le he echado de menos. Porque querría ser otra vez aquel tipo. Querría ser de nuevo el bailarín. Un bailarín, nada más, un bailarín cualquiera en la pista llena, solo celebrando, solo bailando, el reloj parado y la sangre a borbotones, bailando y bailando y bailando una vez más para mantener lejos la marea de la tristeza. Solo bailando, una vez más. Tan solo una más. Kiko Amat

Libro del Mes (octubre 2013), Pt.2: CÉSAR RENDUELES Sociofobia

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Cesar_Rendueles-SociofobiaSociofobia; el cambio político en la era de la utopía digital

César Rendueles

Capitán Swing

196 págs.

Una entrevista con César Rendueles, Pt.2 (continúa desde la Pt.1)

Me gustaría ahora que nos explicaras brevemente otro concepto sobre el que nuestra izquierda parece estar de acuerdo en bloque: el copyleft. Dudar de su utilidad-para-todo es algo que se mira con completa suspicacia, y sin embargo tú lo cuestionas en Sociofobia.

Debo decir que lo mío es una crítica desde dentro. Me considero parte del movimiento de cultura libre, lo he apoyado desde el principio y participé en el Primer Encuentro Copyleft en Madrid. Pero ese movimiento se ha presentado como algo ecuménico y consensual, como si todas las posiciones fueran la misma. Yo en un encuentro copyleft me he encontrado sentado en una mesa redonda junto a gente con la que en ninguna otra circunstancia habríamos tenido nada de qué hablar ni nada en común. El propietario de un gran medio de comunicación, por ejemplo. Hay cosas de las que nunca se habla en el entorno copyleft, como es el caso de la remuneración de los mediadores y productores. Eso no se tiene en cuenta. El copyleft ha sido pensado en términos muy formalistas –como una categoría jurídica-, pero el movimiento de cultura libre tendría que hacerse cargo también de sus cuestiones más pragmáticas, los conflictos reales, políticos, laborales, etc. Yo creo que sigue una lógica muy liberal en el sentido económico, la idea de que a través de la mutua relación ya irán surgiendo las soluciones oportunas, y cualquier intromisión de la organización pública está de algún modo contaminando su libre proceso. Y a mí eso me parece sospechoso. Por decirlo de algún modo, creo que para que el copyleft dé todo lo que puede dar de sí necesita transformaciones de otro orden, no solo legales sino también políticas. El copyleft está teniendo efectos explosivos y muy positivos en países latinoamericanos con gobiernos de izquierdas, porque poseen los cauces institucionales para controlar y liberar, y eso tiene efectos reales que no afectan solo a situaciones marginales. Y me parece importante también no tratar con tanto limpismo a la gente que se queda atrás. La idea de que “no han sabido adaptarse” (los de las tiendas de discos, los de los periódicos…) me fastidia muchísimo. Imagínate ir a la cola del paro a decirle eso a alguien. A un minero. En cualquier otro ámbito decir algo así sería inconcebible. Te matarían. Y con razón. Yo les ayudaría a matarte (ríe). En cambio en el movimiento copyleft impera un darwinismo social extremo. “¿Los del cine? Inadaptados, chupópteros, subvenciones, bla bla”.

Parece que se haya olvidado también una parte crucial del debate, que es: ¿Quién leches paga al flautista? Tú sugieres que el copyleft lo empezó gente de sistemas de computación, y que para ciertas particularidades de esos sistemas funcionaba de perillas. Pero no funciona tan bien para músicos, novelistas…

A mí me chirria la espontaneidad, que lo que pase siempre sea bueno por defecto y no podamos pararnos a pensar. Si optamos por el copyleft, entonces pongamos los medios para que estas prácticas sigan siendo remuneradas. O al revés: decidamos que los músicos tienen que ser amateurs y que nunca vuelva a cobrar nadie. Pero pensémoslo, al menos. Porque esa espontaneidad es una traducción inmediata de la lógica del mercado: lo que ha pasado es lo bueno y punto. Hay un terreno no pensado y tratado con mucha condescendencia por el mundo del copyleft. Además a muchos hasta ahora les ha ido bien, porque son informáticos, y profesionalmente tenían recursos, métodos para ganarse la vida… Creo que ahí hay un cierto elitismo, incluso profesional.

Sucede lo mismo con Wikipedia. La realidad desmiente la utopía. Por mucho que digan que “la hacemos entre todos” sigue estando controlada y revisada por expertos de cada campo. Como tiene que ser, vaya.

A ver, yo soy wikipedista…

Yo también la utilizo. Aunque un día vi mi entrada por casualidad y me dije: “Pero ¿quién es este fulano?”. Estaba todo mal. Aparecía incluso la palabra “Generación Nocilla”. Eso me inquieta, porque igual que sucedía con aquellos espantosos artículos periodísticos sobre “tribus urbanas” de los ochenta (en los que los periódicos no daban una) pienso si será así con todo el resto de información.

(Risas) Yo la uso mucho, pero hay un estudio de una universidad inglesa que siempre se plantea para demostrar la fiabilidad de Wikipedia, y que se basa en compararla con la Enciclopedia Británica, especialmente en lo que respecta a las voces científicas. Y efectivamente las voces científicas de Wikipedia son muy fiables, están muy bien hechas, a diferencia de otras muchas. Me da que pensar que no hayan estudios empíricos sobre quién trabaja en ella, pero no me cabe la menor duda que es gente formada académicamente en esos ámbitos, o incluso profesionales de esos ámbitos. Lo cual quiere decir que de alguna forma instituciones públicas muy tradicionales están alimentando Wikipedia. Lo cual me parece bien; pero no deberían negarlo. De hecho, creo que podría beneficiar a Wikipedia. Soy partidario de que las instituciones académicas participen más en Wikipedia. Pero de nuevo estamos en esa ideología de la espontaneidad, de un montón de individuos que por arte de magia digital se encuentran en un espacio coordinado. Esa imagen mágica se destruiría si empezáramos a buscar fuentes y citar instituciones, que es lo que creo que habría que hacer. Y eso implicaría discutir, que supongo es lo que consideran más inquietante (ríe).

César-Rendueles-e1379565203573Hay dos conceptos de Sociofobia que opino deberían enseñarse en las escuelas a partir de ahora. Una es la nueva mirada al binomio altruismo/egoísmo. Argumentas que en realidad ambos obedecen a una patología muy parecida, y añades que “lo opuesto al egoísmo no es el altruismo, sino el compromiso”. O sea, la conducta cooperativa.

Yo lo explico usando el ejemplo de la familia. No porque sea un compromiso que me parezca particularmente bueno, pues hay muchas familias horribles con las que es adecuado romper (ríe), pero sí porque es algo que todo el mundo ha vivido y comprende. Ejemplo: Tú, si tienes un sobrino que te cae muy mal, no lo despides ni eliges no tratar con él, ni nada. Te aguantas y lo sobrellevas, porque así son las familias y estás comprometido con esa realidad. Y existen muchas realidades de nuestra vida con las que estamos comprometidos, no son algo que elijamos. En cambio, en el mercado nos definimos por nuestras elecciones: mi única identidad como consumidor es lo que elijo. ¿Quién soy yo en el supermercado? La cesta que acarreo. Y eso sucede en Internet. ¿Quién soy yo en la red? Mi historial de navegación, mis likes en Facebook. La diferencia entre altruismo y compromiso es esa. El altruismo puede ser maravilloso y es muy importante, y puede ser muy noble (ríe), no tengo nada en contra de él; pero se elije. El compromiso no necesariamente tiene que ser obligatorio, pero no es particularmente electivo de la forma en que lo es navegar por internet, comprar en el supermercado o dar una limosna. Si tuviésemos que elegir cambiar pañales, nuestros hijos irían llenos de mierda todo el día (ríe). Ningún padre elegiría eso. Eliges tenerlo y comprometerte. Creo que la vida política es imposible sin esa idea de compromiso. Una cooperación electiva como la que nos plantean muchas veces en Internet es incompatible con la vida en común. El mercado ha intentado que no tengamos que comprometernos con esa cooperación y que nazca un automatismo mágico que nos permita coordinarnos a través del egoísmo. Eso es un fracaso, es mentira, y nunca ha existido esa coordinación. También es mentira el liberalismo de cara amable que propugna internet. Los proyectos cooperativos de internet que sí funcionan lo hacen porque hay gente muy comprometida en ellos.

Otra idea clave de Sociofobia es la del ciberfetichismo como ortopedia tecnológica: una simulación, una “muleta” que disimula las cojeras que realmente nos aquejan. Y que solo chuta por la “reducción de expectativas” de debate, diálogo o amistad que imperan allí.

Hay un tipo de publicidad que me gusta mucho, y son los anuncios de psicofármacos de los años cincuenta que aparecían en revistas generalistas como Time. Son realmente impresionantes porque lanzan una utopía farmacológica. Te presentan esas vidas dañadas de amas de casa completamente aisladas en su urbanización, y lo que les ofrecían los psicofármacos no era reparar esa vida dañada (nadie pensaba que el Valium fuese a terminar con la discriminación de género, por ejemplo) sino aplicar una muleta que te ayudara a sobrellevarlo mejor. Y en buena medida eso lo que sucede con las tecnologías sociales y las redes: nadie cree que en realidad una amigo de Facebook se parezca ni remotamente a un amigo real, pero de alguna forma te permite olvidarte del tema y seguir adelante. En ese sentido se parecen bastante a las pastillas. Rebajaré lo que necesito, me ayudará a seguir adelante en una especie de bruma, de simulacro de sociabilidad que en estas vidas cada vez más fragmentadas que llevamos me ayudará a sobrevivir.

Me irrita particularmente lo de los modelos que no lucen bien en la red y acaban reducidos a la invisibilidad. En internet quedan más o menos fotogénicos los mensajes de pedrada al banco y revolución (con los que fundamentalmente estoy de acuerdo, sin duda) pero no queda bien lo de ir a visitar a tu abuelo o escribir en papel o organizar un comunidad de cuidados o ser fontanero.

Efectivamente. La extrema izquierda surgió de iniciativas como esa, de cuidado mutuo. Si repasas la historia del movimiento obrero en el siglo XIX, las primeras organizaciones (antes de que hubiera sindicatos) estaban dedicadas al cuidado. De los niños, cajas de comedores, de funerales… Había cajas de asistencia que te aseguraban que alguien iba a enterrarte, al menos (ríe). Y yo creo que estamos aprendiendo a reandar ese camino. Mucha gente de nuestra generación, los que hemos tenido hijos muy tarde y la realidad de los cuidados se nos ha echado encima después de una vida de consumo, está empezando a repensar eso, también por el desgaste de la izquierda tradicional. Pienso sobretodo en la PAH y las plataformas anti-desahucios, que son cosas que tienen que ver con el cuidado, que implican que si te van a echar de tu casa haya cincuenta personas afines que aparezcan y digan que de allí no te van a echar, porque te cuidamos. Hay una relación de continuidad entre cuidar de tu hijo, cuidar de tu padre, cuidarnos mutuamente, cuidar de tu pareja y finalmente ponerte ante una puerta para decir que no van a echar a alguien de una casa. Históricamente creo que ha sido el germen de las alternativas al capitalismo, y creo que debería volver a serlo.

A mí me chifla que esto –la PAH, el 15M- haya hecho de los movimientos sociales algo mucho más inclusivo de lo que era en los ochenta y noventa, cuando eran guetos y tribus urbanas, y tenías que ser vegano, okupa, ciclista y no sé qué más hostias para que te diesen el carnet. Yo tuve siempre una relación compleja con estas exigencias de la izquierda radical.

Para mí el 15M no fue esa cosa tan cibernética que cuentan. Para mí fue llegar al parque donde llevo a mis hijos a jugar y de repente hablar con los padres con los que me encuentro allí de bancos. Y sucedió en un mes. Pasamos de las marcas de chupetes al capital financiero. De repente hablas con gente con la que sabías que tenías muchas cosas en común, como trabajadores inmigrantes o canis del hipermercado. Doy clase en la facultad de trabajo social, y allí va gente de clase trabajadora, con pocos recursos y gente muy comprometida, trabajadores sociales y muy de izquierda pero muy alejados de los discursos sofisticados de cierta izquierda teórica. Y ahora me encuentro con que tengo muchas cosas que decirme con ellos. El 15M nos ayudó a derribar esas barreras. A mí me limpió de cinismo, y eso es maravilloso. Las críticas que se le hacen, diciendo que ha fracasado y tal… Bueno, para mí no fracasó, y es un proceso que sigue en marcha.

CHavsConsidero muy importante tu afirmación de que el 15M sucedió a pesar de internet. Eso es para mí una distinción capital. Lo que demostró el 15M era, de hecho, que teníamos que regresar a los modelos de protesta no digitales: cuerpos humanos bloqueando calles y tomando plazas, en lugar de Likes o twits o chuscas injurias anónimas en blogs.

Yo eso lo tuve clarísimo. Es exactamente lo contrario que insultarnos en los foros de los periódicos. Es estar cara a cara con gente con la que no tenías ninguna historia en común, con funcionarios y tal. Y me tengo que entender con ellos, al contrario de lo que sucede en los foros, donde acudes a no estar de acuerdo con la gente. Yo creo que eso sigue pasando. Las fotos que salen de los movimientos anti-desahucios se comentan poco, pero es asombroso ver a señoras de clase media al lado de trabajadores inmigrantes. Muchas veces se dice que la PAH ha derribado las barreras sociales y que es un movimiento interclase. Entiendo lo que se quiere decir y lo respeto, pero creo que es al revés: nos ha hecho ver las clases sociales que existen, y que las clases sociológicas que imaginábamos eran una mentira. Que tener un coche caro o no tenerlo cambiaba más bien poco la clase a la que pertenecías de veras.

Una parte mezquina de mi alegría por el 15M fue que desenmascaró a una élite de izquierdistas ilustrados post-68 a los que aún se consideraba progresistas. Y de repente sus columnas iban llenas de desconfianza inmediata, cinismo atronador y defensa del statu quo. Y peor: algunos de ellos criticaban al movimiento por ser insuficientemente violento. Ah, vale: que si fuesen con Kalashnikovs matando a peña te parecerían bien. Estoy hablando, por supuesto, de Quim Monzó.

(Carcajada) Estamos enfermos de elitismo. El texto que más me ha impactado en muchísimo tiempo es el Chavs, de Owen Jones. Te ves a ti mismo reflejado, expresado con mucha empatía. Ese desprecio, esa crueldad hacia los perdedores de todo este tinglado, y que cualquier intento de organización o respuesta es descartado inmediatamente por nuestros popes como infantilismo izquierdista o cosas peores. Y eso es hacer de agentes del fascismo, básicamente. Están esperando a que salga un partido de extrema derecha y toda esa gente perdedora se afilie ahí para poder insultarles tranquilamente y llamarles al fin estúpidos borregos. La carta abierta que mandasteis Manolo Martínez y tu a Quim Monzó me hizo reír mucho, y además era increíblemente efectiva.

Esa actitud nos demuestra que la desconfianza y el desprecio hacia los cholos, canis o poligoneros no tiene nada que ver con su violencia ni supuesto apoliticismo. Lo que la izquierda exquisita siempre ha querido decir y no puede es: esta gente no tiene mi educación, ni ha ido a mis colegios ni viene de las familias que yo conozco.

Y es un discurso muy adaptativo. Lo plantea Owen Jones: en el fondo es un discurso de complicidad con el neoliberalismo. Tras la ofensiva neoliberal el espacio que te ha quedado es el del multiculturalismo, un conjunto de valores aceptados por ellos, pero que por otro lado te permiten demonizar a la clase trabajadora. Pero poligoneros vamos a ser todos en unos años (ríe). Mejor que se vayan acostumbrando.

Kiko Amat

(Esta ha sido la segunda parte de la extensa y educativa entrevista (y Libro del Mes de octubre del 2013) de Bendito Atraso con César Rendueles, autor de Sociofobia. Si desean leer la primera entrega, clickeen con salero aquí)

 

Viva James Kelman (y viva la clase obrera)

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La frase inspiradora para el fin de semana es esta del gran escritor escocés James Kelman, de quien Galaxia Gutenberg acaba de reeditar Era tarde, muy tarde:

My own background is as normal or abnormal as anyone else’s. Born and bred in Govan and Drumchapel, inner city tenement to the housing scheme homeland on the outer reaches of the city. Four brothers, my mother a full time parent, my father in the picture framemaking and gilding trade, trying to operate a one man business and I left school at 15 etc. For one reason or another, by the age of 21/22 I decided to write stories. The stories I wanted to write would derive from my own background, my own socio-cultural experience. I wanted to write as one of my own people, I wanted to write and remain a member of my own community.


CultHunting Day = Black ops empresarial

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Pueden citarnos con alegría: lo del CultHunting Day es la iniciativa más obscena y moralmente repugnante que hemos visto últimamente (y eso que las vemos a diario). De hecho, es algo igual de feo que lo de los anuncios del Banc de Sabadell. Incluso comparte ponientes, como David Carabén (de Mishima).

Pueden leer lo bien que lo explica Isabel Sucunza aquí (cuidado: no es apto para estómagos sensibles), pero nosotros les resumimos con palabras sencillas de qué va el avieso plan: utilizar la cultura para explotar aún más a la peña. Monten un coro de gospel o un taller de mimo para incentivar a los trabajadores a producir más y mejor sin pagar un duro extra o mejorar los convenios. Lo que les decimos: vomitivo y vergonzoso.

La cultura como arma, sí, pero arma de represión y tocomocho empresarial. Condenación eterna para todos los participantes.

info@kikoamat.com is (presumably) dead

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Desde hace algunas semanas, nuestra dirección de correo electrónico no chuta. Pedimos disculpas a todo aquel que haya intentado contactar con nosotros. Si alguien desea seguir haciéndolo, encontrarán la dirección alternativa en la sección de Autor.

10 cosas que no puedo hacer desde que tengo hijos

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Pueden leer esta vertiginosa tontuna cómica que hemos escrito para Playground, llena de pajas, violencia, curdas, niños, melodrama y sollozos contenidos, aquí. Tragicomedia clasificada X, no apta para menores.

Caitlin Moran: Riot motherrrr

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Se peina como la Bruja Avería y suelta más obscenidades que un actor porno. Es la escritora inglesa Caitlin Moran, pesadilla de feministas ceñudas, súper-mamás abstemias y otras criaturas del Averno. Y tiene miles de fans, lo que implica que hay esperanza para el planeta. España necesita más Caitlins: escritoras malhabladas y sucias, cómicas y rocanroleras y valientes. Cómo ser mujer (Anagrama 2013) es su manual para ser una tía con un par.

Caitlin Moran

Conocí a la periodista y escritora Caitlin Moran cuando yo aún leía Melody Maker (un pasatiempo cuestionable pero que me proporcionaba mi buena dosis matutina de odio + asco para afrontar la jornada laboral). ¿En qué número topé con ella por primera vez? Diría que fue en el especial “Touched by the Hand of Mod” (ejem) de 1994, donde entrevistaba a Menswear, un abazofiado grupo de Britpop especialmente anémico. Su artículo –faltoso, grosero, hiperbólico, acusador- era para morirse de risa, y desde allí fui más o menos fan. Luego me olvidé de ella, y, cuando volví a mirar, Moran y su Gran Bocaza eran ya ambos súper-estrellas mediáticas, gracias al best-seller mundial Cómo ser mujer.

Mi entrevista con ella fue larga y mondante. Caitlin Moran no ha inventado nada en el campo del feminismo, pero lo discute con mucho más sentido del humor y desvergüenza de lo habitual. La charla tocó temas cruciales como la música pop, emborracharse, pajas, cultura de clase obrera, tener hijos, querer matar a todos los demás padres del mundo, feminismo feliz y los testículos de Tom Jones. Lo que sigue es solo un ínfimo fragmento de ella:

Me gusta cuando hablas en Cómo ser mujer de tus inicios en el Melody Maker, porque desde siempre he leído los semanarios musicales ingleses y…

(Me interrumpe) ¿Cuántos años tienes?

Los mismos que tú, más o menos. Soy del 71.

O sea, que eres uno de los que se compró aquel Melody Maker con Skinny Puppy en portada y se dijo: ¡”Voy a comprar este buen álbum!” (ríe)

No, con eso no me la pegasteis. Salad tampoco colaron. De hecho, me reí mucho cuando en el libro decías que Echobelly (¡de quien me compré el disco, maldita sea!) eran inmundos.

Dios, sí que lo eran. Jesús. Por mucho que tuviesen a una mujer cantando. Pero por otra parte, todo el mundo se esforzaba tanto, queríamos que nos gustaran: una chica asiática cantando en un grupo pop… Pero luego escuchabas el disco y decías: No, no puedo ponerles bien, soy incapaz.

Yo iría más allá: creo que todo el Britpop, desde la perspectiva actual, es espeluznante.

Sin duda. Era terrible. Pero ya lo sabíamos entonces. Es solo que la cocaína que circulaba era de muy buena calidad. Muy buen éxtasis. Aquel año fue muy soleado, también. Creo que el Britpop es todo consecuencia de una insolación. Un montón de tajas con insolación chillando “Parklife!” por los parques. Si nos hubiésemos puesto algún tipo de sombrero para protegernos del sol nada de eso hubiese sucedido.

Da la sensación de que en Melody Maker cumplías la “cuota” femenina. El periodismo musical es un entorno muy masculino, pero no tanto como el de las tiendas de discos, donde no ha trabajado jamás una mujer (excepto en un par de casos documentados).

Y tanto. Estoy escribiendo una novela que transcurre en los 90’s, y que habla de lo que es ser una chica involucrada en cultura juvenil, y una de las escenas transcurre precisamente en una tienda de discos. Allí es un poco como la cabaña del árbol de los niños, con el cartel que pone “PROHIBIDO NIÑAS”. Un pequeño club solo para mozos. Y la tienda queda en absoluto silencio cuando entras, y el tío del mostrador lleva una camiseta que sugiere que va a matarte y luego comerte. Una camiseta de Sepultura es, de hecho, el lenguaje internacional para “voy a matarte y luego comerte”.

Tu opinión sobre el fenómeno riot grrrl es inusual: afirmas que era una comunidad bastante elitista, y que se convirtió en un club privado.

Por un lado entiendo sus razones, pero no puedes intentar hacer una revolución privada. Es como si yo apareciera afirmando que he reinventado el feminismo, pero me negara a explicar cómo y no dejara que nadie se acercara a mí. “Se lo voy a contar a tres de mis amiguitos, y a los demás que os jodan”. Eso es estúpido. Si haces algo de forma diferente, especialmente si eres mujer, tienes que dejar que la gente lo vea. Lo que hacen las mujeres está siempre tan escondido, y se discute tan poco, que si tienes algo relevante que decir deberías echarle un par de huevos y dar la cara, por desagradable que pueda resultar. Creo que lo riot grrrl fue una gran oportunidad desperdiciada. Casi todas eran chicas asustadas de clase media que nunca habían tenido que luchar por nada, y sin querer lo transformaron en un pequeño club solo para miembros. Y no creo en esos clubs. Tienes que salir al descampado con tu bandera y permitir que todo el mundo se entere, y dar ejemplo sobre cómo vives, e intentar que lo tuyo llegue a la gente de las casas baratas. Me enteré que existía el fenómeno solo porque trabajaba en prensa musical. Si vas a montar una revolución, yo qué sé: envía más invitaciones. Me recuerdan a esos estudiantes que hablan de revolución a las cuatro de la mañana, pero no hacen absolutamente nada para cambiar las cosas. ¿Cambiar el mundo? Joder, salta a la vista que no te has cambiado de ropa en cuatro días.

¿Como escritora de clase obrera te preocupa cercenar tus raíces por culpa del éxito y el dinero? Terminar como Rod Stewart, o algo así.

Para mí, cuando eres de clase obrera el éxito lleva implícito una serie de obligaciones que no puedes desatender: ayudar a tus amigos, hablar siempre de desigualdad de clase,  del estado del bienestar… Es el impuesto que se te debe aplicar si te has hecho famoso. Y si no lo cumples, eres un capullo. No hay más que hablar.

Kiko Amat

(Entrevista publicada previamente en la revista Rockdelux#321 de octubre. La entrevista sin cortes -14 paginotes de word llenos de masturbación, injurias al britpop, bebercio, paternidad y tampaxes- aparecerá en breve en la página web de Anagrama)

Caitlin Moran, Kiko Amat y los testículos de Tom Jones: una amigable charla (uncut)

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Si lo de la entrada pasada les supo a poco, he aquí la charla de una hora que mantuvieron Caitlin Moran y este, su autor de proximidad favorito, en la reciente visita a Barcelona de la autora inglesa. Son 24 páginas del ala, lo que en equivalente temporal es casi como escuchar el Dark side of the moon. Pero mucho menos aburrido. Los temas tratados ya los pueden imaginar: britpop, cocaína e insolaciones; alcohol + niños (ese tándem condenado, pero siempre efectivo); lo malos que eran Echobelly; Johnny Hates Jazz y Sepultura; groupies, nerds y falsos nerds; cultura de clase obrera; cultura juvenil; Slash y Axl Rose; y, en efecto, los testículos de Tom Jones. Todo “revolucionario, guarro y divertido”, como admite la propia Caitlin. Impriman el PDF y llévenselo con ustedes a todas partes este fin de semana, que tiene miga y se van a petar.

Disco del mes (noviembre 2013): THE FORTUNATE SONS Karezza

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fortunatesTHE FORTUNATE SONS

Karezza

(Bam Caruso / Imposible Records, 1987)

Son buenos tiempos para el pop con Rickenbackers de 12 cuerdas, y sin embargo Karezza sigue yaciendo en el fondo del cubo de las inmundicias. Es de suponer que los recuperadores y archivistas llegarán allí tarde o temprano; simplemente, no se están dando demasiada prisa. The Fortunate Sons son (eran) una cuadrilla de difícil digestión para el hipster medio, siempre ansioso de flashear credenciales guays birladas de nuestro valeroso underground. Por lo pronto, fue un grupo de carreras en declive, los restos de The Barracudas y The Flamin’ Groovies; escucharles podría compararse, dirán algunos, con leer a Kerouac a través de Big Sur, cuando el autor ya estaba destrozado y resquemoso, con juanetes y repitiéndose más que un loro tartaja. Tampoco es que los grupos de origen fueran superventas, pero es cierto que comparados con Karezza parecen cosas lejanas, cimas inalcanzables; buenas épocas. No es aquí el lugar para biografiar a ambos grupos -las enciclopedias del rock digitales ya ofrecen abultadas páginas de ambos (de Barracudas algo menos)- pero sí viene a cuento recordar que ambos grupos estuvieron por el rock’n’roll, el surf, el 60’s pop, el beat y el soul cuando no molaba un pelo hacerlo ni estaba de moda ni aparecía en anuncios ni un alma se acordaba de qué rayos iba toda aquella porquería ye-yé de 1965.

The Fortunate Sons se formaron tras la disolución de The Barracudas en 1984, más o menos. El sepelio no fue muy numeroso (metafóricamente hablando), se cantaron pocos himnos y el mundo no guardó un minuto de silencio; excepto en España. Quizás sea este uno de los pocos motivos de orgullo que uno puede permitirse al esgrimir un DNI local: que sus ciudadanos continuaran amando a bandas como The Fleshtones y The Barracudas cuando el mundo había dejado de escuchar. Miren solo las discografías de ambos, con sus directos en Madrid y sus álbumes editados únicamente en la meseta. The Barracudas eran héroes-dioses en Malasaña y continuaron con esa spanish connection: Robin Wills (The Barracudas) y Chris Wilson (Flamin’ Groovies, The Barracudas) formaron un grupo con Lee y Steve Robinson, falsos hermanos, rockeros (su grupo era The A-10), portadores de espléndidos vokuhilas y residentes en Madrid. O quizás acabaron viviendo en Madrid, tras la debacle de The Fortunate Sons. No tengo ni idea; hagan el favor de no desconcentrarme con esas minucias.

Lo innegable es que cuando el recién formado conjunto anunció al mundo su ensamblaje, pocas chequeras resplandecieron al sol. Solo los irreductibles respondieron a la llamada: Bam Caruso en el Reino Unido (sello predilectísimo de Bendito Atraso) e Imposible Records aquí (el sello de Record Runner). Las coordenadas de The Fortunate Sons eran agresivamente no molantes para 1987: Byrds a destajo, folk-rock, rock’n’roll muscular y melódico (estilo The Neighbourhoods o The Replacements), Flamin’ Groovies, garaje rock, Creedence Clearwater Revival (of course), beat, algo de power pop no-moñas y algún baladón clásico. El tipo de artillería que ahora queda fetén si la desenfunda, qué sé yo, MGMT o Devendra Banhart, pero que entonces (cuando ser afirmativamente atrasado, pro-música de otro tiempo, era el peor estigma) parecía razón suficiente para mandarte al psiquiátrico de por vida.

Este es el segundo disco de The Fortunate Sons. El primero, Rising, de 1985, había aparecido en España vía la extinta casa Marilyn, y en él la banda todavía andaba por ahí con formato de trío. Chris Wilson, que por alguna razón viajaba desde Suecia (tanta información digital de algunos y tan poca de otros: en Internet hay tres entradas y media sobre The Fortunate Sons, y una de ellas es –oh, ironía- mía) y como ya saben ustedes había estado en los dos últimos discos de The Barracudas, época crucial (Mean Time y Endeavour to Persevere), se unió a ellos para Karezza. A los rockeros les gusta más el primero, porque es más crudo, y mí me gusta mucho más este, porque es más pop y tiene más coros y armonías que un madrigal polifónico; la vieja historia de siempre. Tengo el álbum casi desde el día en que salió (me lo regaló una novia prehistórica, a mis diecisiete años) y, aunque a menudo olvido su existencia, siempre me reconforta extirparlo de su destierro.

Karezza es un disco de género, por decirlo de algún modo. La mayoría de cortes son tremendas y concisas canciones de pop Byrds con dejes folky y crescendos de Rickenbackers de 6 o 12 cuerdas, el instrumento principal de Wills. Casi todas tienen potencial de himno y son gritables, con ese punto épico automovilista que tanto nos gusta y sonroja (no se verbaliza demasiado porque nos entra un bochorno que no veas, pero sabemos que la línea entre power pop y AOR tiende a ser muy fina). Me encantaría contarles lo que anuncian las letras, pero no entendía un pijo en 1988 y capto poco más ahora mismo. Mi favorita de adolescencia era “Deep Red” (sé que el estribillo canta algo así: “Remember what mother said / Beware of Deep Red”), pero “Daggers of justice” e “In Vain” (de Lee Robinson) suelen emocionarme lo suyo. Aparecen también los dos baladones de rigor (“Cold Cold Night” y “Neighbourhood”), una folkada bélica con zumbidos de moscardón (“Dawning”), un corte que parece de John Fogerty con CCR (“Downbound train”) y una espléndida versión de los Groovies compuesta por Cyril Jordan y Wilson (“Let me rock”, no confundir con la de Chuck Berry).

Pijadas que ustedes no necesitan saber pero les cuento igual, porque me da gustito: el álbum español lleva una canción extra (“Your time has come”) y el orden de las canciones está cambiado a lo bruto (¿Cuál sería el criterio, más allá de la posible locura del reorganizador?). La portada del disco de Imposible es gratuitamente monstruosa, y los botines élficos de Chris Wilson van a hacerles estremecer. Eso sí: si se topan con este Karezza español van a ahorrar cosa mala, ya pueden anunciárselo a su cónyuge: antes se encontraba por 200 pesetas (tal cual), y ahora no deberían pagar más de 5 dólares por él. Wilson continuaría su periplo mesetario con un disco acústico, Random Centuries (1992) que apareció solo en España; y que estaba la mar de bien, corcho. The Barracudas se reunirían con notable honorabilidad a principios de los noventa, e incluso sacarían un nuevo disco en 1992 (Wait for everything) que, contra todo pronóstico, era la monda lironda. Y anteayer, después de veinticinco años, descubrí (para cerrar el círculo) lo que significa la palabra Karezza: se trata de una práctica rosicruciana, también conocida como “coitus reservatus”, y que –ya lo sospechan- implica estrangular la emisión de semen en el momento del clímax. ¿Ven? He ahí algo que no necesitaba saber. Kiko Amat

Libro del mes (noviembre 2013): JAMES ROSS Mal dadas

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portada_mal-dadasMal dadas

James Ross

Sajalín editores

Trad. de Carlos Mayor

348 págs

La acción se desarrolla en Corinth, Carolina del Norte, típico ojo-del-culo americano en plena Gran Depresión de los treinta. Jack McDonald es un granjero fallido, poco hablador y poca cosa quien, para salir del fango, ha hipotecado hasta sus propias asentaderas. Mientras toma una, dos y tres cervezas en la gasolinera de Rich Anderson, McDonald lee por casualidad en los anuncios clasificados del periódico que su granja ha salido a la venta por impago de impuestos. “Hacía dos años que no pagaba impuestos y debería haberlo imaginado”, nos cuenta, “pero, a pesar de todo, al ver que anunciaban la venta de mi granja me quedé destrozado. Las perspectivas de la cosecha de aquel año eran pésimas. En otoño tenía que hacer un pago al banco agrario. La mula tenía gota, o una cosa por el estilo. Ya veía que iba a ser necesario cambiarla o dejar de cultivar de una vez. Y de repente aquello. Se me pasó todo el contento de las tres cervezas y me serené de golpe. Me entraron ganas de pillarme una buena curda”. En Corinth, el lugar donde hacerlo es la gasolinera de Smut Milligan, célebre por vender tóxicas variedades locales de aguardiente casero de rabiosa graduación. Está a tres kilómetros de allí, andando por la carretera del río, entre pinares y rastrojos (donde este tipo de asentamientos siempre suelen encontrarse), y es el lugar con peor reputación de la zona: allí se bebe, se juega, se baila agarrao, los tórtolos pueden alquilar cabañas para consumar sus amoríos y los sheriffs no dicen ni mu porque están más untados que una tostada matutina. Cuando Jack llega a la gasolinera de su viejo compañero de colegio y procede a encurdarse, aumenta en él la picazón premonitora. Jack se siente extraño: “Estábamos a finales de julio o principios de agosto y no era normal que las hojas hiciesen ese ruido, pero así estaban: quebradizas. Yo me sentía exactamente igual aquell noche: quebradizo, y un poco intranquilo y con la boca seca. Como si estuviera a punto de hacer algo que no hubiera hecho jamás en toda mi vida”.

Estos prolegómenos constituyen una clase magistral sobre el viejo asunto de empezar novelas. En tan solo veinte páginas de obra, James Ross ha conseguido echarle el lazo al pescuezo al lector, como si este fuese una res huidiza. No queda otra opción que continuar, está claro; toda resistencia es inútil. Continuamos leyendo que Smut Milligan pretende transformar su gasolinera en salón de carretera (“Un sitio para una clientela mejor que la que viene ahora”) y cuando escuchamos la (en cierto modo esperada) frase “¿Sabes una cosa, Jack? A lo mejor yo puedo darte trabajo” sabemos que ese es exactamente el vórtice de inflexión de la novela; el cerro picudo desde donde el equipaje empieza a precipitarse ladera abajo, con gran estrépito, ruina y mortaldad generalizada. Así, Jack entra a trabajar para Smut, “grandullón y huesudo, con la piel morena como un croatano o un cherokee. El pelo también lo tenía negro como los indios y no se lo cortaba muy a menudo. Iba arremangado hasta los hombros y se le marcaban los músculos de los brazos más que a muchos hombres los de las piernas. Tenía los dedos de las manos larguísimos, con unos nudillos tan grandes que recordaban el travesaño de una silla”. Todo anda de perillas en el salón de carretera hasta que el fornido Smut decide continuar con su cuerneo al hombre más rico del pueblo (se ventila a Lola, jamona del lugar y ex-polluela de Milligan), a la vez que amontona una temeraria colección de deudas de juego. Uno de sus acreedores es el viejo Bert Ford, de quien se rumorea que, pese a andar por ahí más andrajoso que un peón de caminos (“Nunca vi a Bert Ford bien vestido”), guarda 30.000 dólares enterrados en su casa. Estrangulado por las deudas (de cartas y dados, pero también préstamos derivados del salón), un día a Smut se le ocurre algo que podría sacarle de todas sus preocupaciones. Y para llevarlo a cabo requiere la colaboración de Jack McDonald. Se masca la tragedia, que decía aquel.

James rossMal dadas es una novela criminal, realista y más negra que un grillo de campo. Adecuadamente, algunos la encuadran en el subgénero que se ha dado en llamar “country noir”. El libro narra la gestación, puesta en práctica y aciagos resultados de un crimen chapuza al estilo Fargo; la típica idea brillante, no demasiado meditada, nacida de la desesperación y la escasez de entendederas, que (todo el mundo lo sabe) va a acabar con los genios del mal en chirona y algún fiambre tirado en un terraplén, cubierto de insectos, barro y hojarasca. La negritud de Mal dadas no dibuja una subtrama de la manera en que lo hacía la parte gansteril de, digamos, Cita en Samarra de John O’Hara (donde el hampa y la villanía pertenecían a un segmento secundario de la acción), pero tampoco, en cualquier caso, domina totalitariamente el argumento. En Mal dadas se cruzan muchas vidas, todas ellas hechas jirones, y aunque el homicidio –casi fortuito- de una de ellas lleva las riendas de la acción, tal cosa no ensombrece el resto de matices.

Mal dadas, con su evocador título original (They don’t dance much), tiene algo de todas las cosas que nos gustan aquí: Raymond Chandler, Don Carpenter, Larry McMurtry, Edward Bunker, Nelson Algren… Su lenguaje es de aúpa: lacónico, completamente natural, líquido, espartano, casi de forense. La prosa es sencilla, dura y elegante, afilada. La historia lo domina todo. Nada en la forma del texto distrae ni deslumbra; el contenido es rey supremo. Ross prescinde incluso de la emoción; no hallarán aquí frases de redoble, estallidos de sentimientos, redenciones épicas, nada de eso. Lo que hay es lo que hay es lo que hay, y esto es una pipa.

Mal dadas se halla en la intersección donde tropiezan Dashiell Hammett y Harry Crews (el uno con el otro), un cruce donde también podría dejar los bártulos alguien como el recién exhumado George W. Higgins. Sus descripciones de la clase obrero-rural marginal de Corinth -ese rico desfile de adúlteros, delincuentes juveniles, peones de hilatura, pequeños granjeros “con la piel del mismo color que una pera de invierno madura”, villanos menores, arribistas y nuevos ricos, tarados y tísicos, enterradores con atroz dentadura y gasolineros y borrachos y lisiados, toda esa gente con el pasado desnudo, las vergüenzas familiares siempre a la vista de todos, como en un maniquí de clase de anatomía- podrían haber escapado de algún libro de Donald Ray Pollock. Baxter Yonce, Bert Ford, Lola, Astor LeGrand, Dick Pittman, el “moreno” Catfish, Wilbur Brannon… Lo mejor de cada casa, como suele decirse.

Los diálogos, punto muscular del libro, son pura vida: sus personajes hablan como habla la maldita gente, y también los malandros se permiten conversaciones banales y bobas sobre temas de lo más estúpidos. En ese sentido, Mal dadas se adelantó medio siglo a lo que en los noventa pondrían en práctica filmes como Reservoir Dogs o Clerks: hacer que los protagonistas digan chorradas, hablen del tiempo, hablen por hablar, suelten chistes malos y se mueran de aburrimiento y se piquen entre ellos continuamente. Como la gente real siempre ha hecho, hace y hará.

El gran George W. Higgins aduce en su epílogo que James Ross fue un escritor de su tiempo, “por desgracia para él”. Eso quiere decir que, pese a ser un autor realista (todo lo realista posible en la coyuntura del momento), aún no podía llamar a las cosas por su nombre-nombre: polla, coño, follar, hijoputa, cabronazo… Higgins describe esa acción como: “la articulación de palabras concisas y contundentes que han sobrevivido durante siglos sencillamente por su innegable eficacia cuando se pretende dar rienda suelta en una conversación a una bravuconada que refuta todo indicio de mortalidad por su propia belicosidad” (las cursivas son mías). En todo caso, esa “contundencia” belicosa a la sazón no se estilaba, ya me entienden. Por ese motivo, una novela llena de personajes depravados, duros y amorales, prescinde de un lenguaje acorde: guarro, malsonante, malintencionado y vulgar (el mismo que Walpole recomendaba usar porque, como nos recuerda Higgins, “gusta a todo el mundo”). Pero no importa, va de veras. Como lectores solo tenemos que calafatear esas cavidades de 1940 con emplastes de mentalidad actual, de la misma forma que lo hacemos en, qué sé yo, Con la muerte en los talones, cuando se nos pretende hacer creer que Cary Grant y Eva Marie Saint han pasado la noche en un vagón de tren durmiendo en literas separadas con los pijamas planchados (sí, claro, claro). Higgins lamenta que, visto de ese modo, Ross fuera una víctima de su década, y sin embargo nos invita a seguir aplaudiendo una novela valiente, dura, brutal, con pelotas, como Mal dadas. Un libro que se adelantó a su tiempo y, como suele suceder en esos casos, lo pagó con la completa invisibilidad. Desconocido durante tres décadas, redescubierto en 1975 y vuelto a olvidar tres décadas más, pocos viajes de una pieza literaria son más azarosos que este. Pero ahora lo tenemos aquí, y aún quita el aliento. Sin juegos lingüísticos, sin experimentos, sin sueños ni imágenes ni parrafadas modernistas: solo una historia, una gran historia, de hombres cabezotas, locos y desesperados y encabronados y superados por las fuerzas del destino (y la mala suerte también), contada con coraje y a dentelladas, a contracorriente y caiga quien caiga. Una lección de apabullante y viril osadía literaria, y otro memorable acierto de Sajalín. Kiko Amat


Lista del mes (Noviembre 2013): Más mierda maravillosa que he intentado que me guste (sin éxito) Pt.2

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Scott 41) Rockabilly: Es una auténtica tragedia, pero ya a los dieciséis años mi amigo Ernesto Barba me dejó un disco de Esquerita, y ni fu ni fa. ¿O eran The Quakes? No importa: fue como la escena aquella de Con faldas y a lo loco donde Tony Curtis simula que los besos de la Monroe le dejan frío; pero sin simular, en mi caso. Me recuerdo allí, delante del tocadiscos, esperando que brotara como impetuoso géiser la acostumbrada pasión adolescente por una forma de arte certificadamente salvaje y hermosa, contando los segundos, y que nada. Ni un temblor, ni un tic, ni siquiera un seguir el ritmo con el pie, tap-tap-tap. Cero. Flacidez emocional total. Desde aquel ominoso día nunca he conseguido que me gustaran el rock’n’roll cincuentas, el rockabilly, incluso el jump y jive negros, las formas más burras y farreras de R&B. Es como ser impotente, y les juro que me rompe el corazón, porque no tengo prejuicios de ningún tipo al respecto. Pero hay cosas que te hablan y cosas que no, supongo, y a mí el rocanrol siempre me ha hablado en arameo. Y en cuanto al psychobilly, solo me gusta cuando pierde el nombre y se transforma casi en garaje (The Stingrays), o cuando tiene tantas trompetas que ya sale botando del género original (los Restless tardíos). O me entra como excepción que confirma la regla, como es el caso del “The cave” de Guana Batz o el primer álbum de Stray Cats (que me chifla). Pero insisto: me encantaría que me emocionara, toda esta estupenda basura bailabilísima. O no, porque sería otro dispendio que añadir a mi ya suicida-divorciatorio ritmo de compra de discos, y acabaría conmigo (de patitas en la calle).

2) Robert Wyatt: Nadie podrá acusarme de no haberlo intentado, vive Dios. A Wyatt le he intentado hacer entrar a martillazos, una y otra vez, inmune al desaliento y a la certeza primigenia de que aquello no era para mí. De hecho, a sabiendas que sus canciones me desinflaban el espíritu cosa mala. Pero como bravo ñu que avanza en fiera estampida, continué con la cabeza baja y arreándome cabezazos contra su discografía, chichón tras chichón y hasta la derrota final. De hecho, Robert Wyatt debe ser el único artista que no me dice nada de quien poseo un montón de discos. Es un caso único. Los compraba sabiendo que no iban a chutarme, que me iban a dar igual, que me iba a arrear el bajón al primer acordecito de piano descendiente y son de estrangulada voz. Y en efecto: llegaba a casa, ponía el Rock Bottom, escuchaba tres minutos y el impulso primigenio (que pugnaba por retener, cual inapropiado pedo en sepelio) era: ¿Qué coño es esta puta prmpffkghk…? Pero a la semana siguiente leía que Kevin Pearce hablaba maravillas del Old Rottenhat, y ya volvíamos a estar en lo mismo: quizás compré el malo, seguro que ahora sí, este tiene que ser el bueno por narices, etc. Mi amigo Jose González –en una medida desesperada- trató de aliviar mi padecimiento grabándome varios cedés con discos de Matching Mole, el grupo Canterbury-jazz rock de Wyatt, a ver si así algo empezaba a palpitar dentro de mi caja torácica, y casi fue peor. Heme ahí, boina firmemente encasquetada en cráneo, bizqueando frente al reproductor y rascándome una nalga, de mi cabeza emergiendo un globo de pensamiento TOTALMENTE VACÍO, la mandíbula inferior emergiendo al frente y un licuefacto arroyuelo de moco precipitándose desde mi orificio nasal izquierdo. ¿Ungh? El chimpancé frente al monolito, sin duda. En todo caso, vendo elepés de Robert Wyatt. Se los dejo por nada. Razón: aquí.

3) Reggaeton: No paro de leer artículos de camaradas (a los que respeto) en lucha contra el imperialismo musical yanqui-blanco-indie totalitario y, aunque en cierto modo concurro con sus argumentos (y aquello de los indie-rockers del FIB contra Julieta Venegas me dio ganas de vomitar el bazo, como a todo tipo cabal), sería contranatura y deshonesto pretender a estas alturas que me chifla la música latinoamericana. Se lo suelto así, generalizando sin piedad y metiendo cuatrocientos géneros distintos y varios siglos de inspiradora cultura rebelde autóctona en un pobre saco (tejido a base de ignorancia terrible, lo admito). No me gusta la salsa, con o sin colorao, ni la cumbia, ni el saoco, ni el son, ni el reggaeton, y no hay nada que ustedes puedan hacer al respecto. Lo único que mi organismo encuentra vagamente tolerable es el boogaloo, y solo porque básicamente es sixties soul de NY con varios cubanos bebidos pegando berridos y golpes de pito por la retaguardia. Una vez más: géneros encomiables y maravillosos (mejores, sin duda, que el 90% de indie rock que nos enchufa la industria), pero intolerancia corporal incurable al sonido como tal. Un desastre, lo admito. Aún diré más: una vergüenza. Pero cada uno tiene su naturaleza e inclinación, no se atrevan a negarlo.

4) Scott Walker: Vean el caso de Robert Wyatt y multiplíquenlo por diez, añádanle un lazo y échenlo a volar. Bien lejos de aquí, si puede ser. Yo y Walker, como una matrimonio desastroso que se lleva a matar pero sigue erre que erre, hemos estado que sí que no durante años con resultados francamente decepcionantes para ambos. El tío era un genio, quién podría dudarlo, pero a mí esa cosa Breliana y todo el tufo a chanson me tira p’atrás, y se acabó. Poseo todos los álbumes numéricos, 1-2-3-4, inmaculados de no escucharlos jamás de los jamasitos. Lo que sí me agrada, ya podrían imaginarlo, es la carrera previa con los Walker Brothers. Pero eso, por supuesto, es ya otro cantar (y nunca mejor dicho).

5) Teatro: Me abochorna repetir esto, porque si lo lee nuestro colaborador ocasional en Primera Persona y persona estimada en general Marcos Ordóñez, va a figurarse (todavía más) que le ha tocado tratar con un ejemplar particularmente primitivo de hombre. Lo he dicho antes en muchas ocasiones, a veces a voces y a veces con la boca pequeña, pero las artes dramáticas no logran mover ni un solo ladrillo de emoción en mi andamiaje. Nada en mi estructura molecular se zarandea un pelo con el teatro, de cualquier persuasión o disciplina, ruso o noruego o de Broadway. Na-da. Bueno, si he de serles sincero en ocasiones sí me despierta algo: jocosidad. Me hacen una gracia tremenda todos esos tíos afectadísimos hablándose a gritos sobre una tarima, soltándose sin pestañear ni perder pie frases increíblemente solemnes y envaradas que ningún ser humano ha pronunciado jamás en la vida real. Pero quizás sea solo yo, por supuesto, un paralítico emocional, medio sordo y gilipollas, que no sabe reconocer el auténtico arte cuando lo tiene delante de las narices. ¿Saben qué me da solaz cuando me siento así, más bestia que un tractor y mongolito como yo solo, pichafloja teatril total y bestia filistea sin paladar que solo sabe amorrarse al comedero y empapuzarse de baja cultura pop como un cerdo inmundo? Este capítulo de Black Books, minuto 03:28, cuando están tratando de decidir entre varias opciones de entretenimiento vespertino.

6) Verdura: También conocida como “césped” (en mi casa). No sabría explicarles el por qué, más allá de lo que también farfullan mis hijos, de forma completamente instintiva, al enfrentarse a su primer plato de acelgas: esto sabe a mierda. Esto no se lo comería ni una puta cabra famélica en la granja más paupérrima y azotada por el hambre de todo Afganistán. Es de locos: ¿quién fue el primer hijo de mala madre que le arreó un muerdo a un trozo de entidad verde del suelo? ¿Por qué tuvo que proliferar la costumbre, en lugar de que le expulsaran del pueblo a pedradas por hereje y sucio y sacrificaran a toda su prole? Nunca me han gustado los malditos vegetales, más allá del hachís en una determinada época de mi vida (dudo seriamente que en aquellas “posturas” del Baix Llobregat 80’s yaciera siquiera el menor componente relacionado con el cáñamo; seguramente eran tiricas de plátano secas con algún otro ingrediente ilegal y potencialmente dañino). Se reirán cuando les confiese esto (mis amigos lo hacen), pero la única verdura que me gusta son las coles de Bruselas. Nadie sabe por qué. Es un puto misterio, que se lo digo yo.

7) Más jodidos clásicos de la literatura: Nick Hornby me tranquilizó el otro día, en Bilbao, cuando hartito de mis cargantes y sempiternos lamentos (ustedes ya los conocen: por qué tenemos que leer esos malditos sujetapuertas decimonónicos, no tienen nada que ver conmigo, bla bla y achispado bla) me soltó (cito de memoria): “Mira, hijo mío: la literatura es la única disciplina o arte que, como receptor, te exige sacrificio, y no debería ser así. Nadie lucha para que le guste un cuadro, o el fútbol, o un disco o una película, cuando es obvio que no existe ninguna afinidad. Solo en literatura se pone en práctica esta demanda irracional. Así que me niego a sentirme culpable por no terminar libros, o ni empezarlos. Moriré sin leer el Tom Jones de Henry Fielding, por bueno que sea, y me importa un comino. La vida es demasiado corta”. Yo suspiré, le miré entrecerrando los ojos, y me alejé de allí jorobado y renqueando, como Ricardo III, masticando esa frase para repetirla una y otra vez cada vez que algún desgraciado venga a darme la tabarra con lo buenas que, de veras, ahora en serio, son las 1560 páginas de El hombre sin atributos. ¿1560 páginas? A la mierda, hombre, a la mierda.

Amanece (que no es poco) para Kiko Amat

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Amanece_BCN Kiko“Yo soy un hombre muy primario. Estoy terriblemente sujeto a las pasiones”. Tal vez por ello no pude negarme cuando los amigos de Pepitas de Calabaza me invitaron a presentar Amanece que no es poco, su libro sobre la película homónima, con textos y comentarios y descartes del propio José Luis Cuerda.

Aquí su autor de proximidad favorito, que es forofo de la película en los planos teórico y práctico (aunque no tanto, sin duda, como algunos de los hiperfanáticos que se reunirán allí), estará charlando una miaja al finalizar el pase del filme (sí, ¡volveremos a verla!); nada, una minucia, un mero piscolabis para el discurso magistral que sin duda ofrecerá el maestro Cuerda, allí de cuerpo presente.

Nos honra y estremece haber sido convidados a este homenaje. Pues, sépanlo, Amanece que no es poco no es solo una película. Es para nosotros un sistema filosófico, un lenguaje propio, algo en que basar la propia existencia. Una organización universal y cohesiva del mundo, en plan Ramon LLull pero con cachondeo faltoso a raudales.
Y nada es más serio que el humor, ya lo saben.

Espero verles allí, en el cine Coliseum, martes 26 de noviembre a las 19h.

¡Viva el ser impresionante e inspirado!

10 cosas que todavía puedo hacer con hijos

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La esperada secuela a la primera chifladura (“10 cosas que no puedo hacer desde que tengo hijos”) que escribimos para Playground. Lean este nuevo panfleto paterno de dipsomanía pertinaz, barbacoas, odio visceral, puto-frikidad y tardocomunismo, aquí mismico. Y que lo pasen ustedes bien.

¡Pelea!: vuelva a la casilla de salida

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pelea kiko Sant BoiTenemos el honor de anunciarles otra nueva velada de ¡Pelea!, la tragicómica charla de Kiko Amat sobre trifulcas juveniles en primera persona. Biografía de sus hostias, en resumen, con todas las vergüenzas, derrotas, escatología, dolor, ocasional victoria y (eso sí) ninguna retirada que las componen.

Esta edición de ¡Pelea! se celebrará back where we started from, como en la canción: es decir, en la ilustre villa de Sant Boi, escenario de un porcentaje elevadísimo de las batallitas narradas. La cosa tendrá lugar en el casal El Baluard (Víctor Balaguer 21) a las 20h del día jueves 5 de diciembre. Víspera de la feria de la Puríssima, otro tradicional marco santboiano (al menos entre mi pandilla) de desenfreno, dipsomanía y atolondrada destrucción de propiedad privada.

Nos haría ilusión verles allí. Habrá cerveza, humorismo violento y atrocidad a raudales. El pueblo no es bonito, ya lo saben, pero sus habitantes sí lo son; y hay un bar en cada esquina.

Vuelve a haber pelea y destroy en Sant Boi. Esa noche, y solo en nuestro micrófono.

No falten, no me jodan.

Mecano: juguete pop prefabricado

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Mecano 82 El libro de Grace Morales narra la “construcción del mayor fenómeno del pop español”. Por el camino pillan cacho la Cultura de la Transición, Alaska y Los Pegamoides y otros fenómenos de 1982.

mecano211. Los punks odiaban a Mecano. Los mods odiábamos a Mecano. Los jevis odiaban a Mecano. Los rockers odiaban a Mecano. Etc. Mecano eran el nexo de unión entre todas las tribus de la pradera. Cuando se mencionaba al trío madrileño, las hostilidades se posponían para dedicarles la mayor cantidad de injurias posibles. Su nombre era eufemismo para “Todo lo que apesta bajo el sol”. Eran pijos, blandos, comerciales, prefabricados, tontainas, horteras y más malos que la tiña. El libro Mecano 82, de Grace Morales, no discute ninguno de estos epítetos hirientes (su cometido no es limpiar memorias; algo imposible, por otro lado), pero sí incide en la falsa “rectitud” de muchos detractores, esgrime unas cuantas verdades valientes (sus canciones eran pegajosas, admitámoslo), destapa a los detractores-por-envidia-cochina y cuestiona la “autenticidad” de la Movida.

2. Grace Morales, así, rehace el mito fundacional y desvela las maniobras que gestaron al Mayor Grupo de EspañaTM. José María Cano (ínfulas de cantautor), su hermano Ignacio (fan de Genesis) y su amiga Ana Torroja (todo le importa un bledo menos la carrera y los trapitos) se unen como trío al estilo Aute-Mocedades. Llegan a debutar como “José María y Amigos” en Gente Joven con una versión de “Al alba” donde Josemari canta castrati y la Torroja sufre parálisis maxilofacial. Los tres parecen lo que son: tres acaudalados hijos de papá matando el tiempo hasta terminar Económicas. Al poco les descubre Miguel Ángel Arenas “Capi” (cazatalentos de CBS) y, con las producciones de Jorge Álvarez, Mecano lo petan en forma de hits tecno pop para el nene y la nena: “Hoy no me puedo levantar” (1981), “Perdido en mi habitación” (1981), “Me colé en una fiesta” (1982) y el mega-boom “Maquillaje” (1982). Las cuatro incluidas en el álbum (también pepino nacional) Mecano (1982). El resto de la historia –coronación de Mecano como Grupo Oficial de Esa España NuestraTM- ya la vimos en tiempo real todos los españoles. El papel de la Morales es agarrar los esqueletos menos agraciados de aquel armario y ponerlos a desfilar.

3. Mecano 82 resulta una linda excusa para hablar de Cultura de la Transición (prologa Guillem Martínez), política pactista de aquellos años y -consecuencia directa de ello- institucionalización de Mecano como baluarte cohesionador de un país fracturado, semirural y confundido: un grupo banal, moderno-pero-lo-justo, que loaba el statu quo y los valores del establishment (escalo social, difusa europeidad, adquisición de bienes de lujo, neutralidad política…) y que servía tanto para un roto como para un descosío. Otras dos revelaciones clave de la obra son: a) La Movida nació de la misma clase privilegiada que los Cano-Torroja. Dicho de otro modo: el 95% de los grupos pop madrileños de 1977-1981 venían de familias muy pudientes. La única diferencia entre Pegamoides y Mecano era la supuesta “autenticidad” de los primeros (es decir: que escuchaban a Blondie). Y b) que los grupos indie actuales, por mucho que citen a bandas cool, se parecen mucho más a Mecano de lo que imaginan. Desde luego están mucho más cerca de ellos que de Los Pistones.

Armados con este flamante polvorín de razones, podemos continuar nuestra vida detestando a Mecano como antes, firmes de nuevo en el convencimiento que tuvimos razón. Las pruebas son irrefutables. Kiko Amat

Mecano 82

Grace Morales

Lengua de Trapo

256 págs.

 

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