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¡Paren ya esa Pelea! (12 de diciembre en el Orlandai de Sarrià)

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Cartell_Pelea-Orlandai-webLa pelea nunca cesa. Puños voladores se resignan a aterrizar. ¡Pelea!, charla cómica o monólogo semi-leído, hijo bastardo del extrarradio y manual de cómo no vivir, se traslada jueves 12 de diciembre (nuestra antelación, decreciente a ojos vista) al Café Orlandai (Jaume Piquer 23, en Sarrià). Como ven, el hermoso cartel de aquí al lado exhibe una fecha incorrecta. Ni caso. Es el 12 de diciembre, por éstas.

Volveremos a lo de siempre: zapatiestas juveniles, heysels pubescentes, algaradas y mordiscos-en-pantorrilla, de Sant Boi a León y vuelta a empezar, de 1985 al 2013, entre skins con paraguas, cholos chichoneados, caos urbano y cates cobardes (agazapados entre la turba). Una lección autobiográfica de lo que fue vivir entre hostias a mediados de los ochenta cuando uno era una rata tísica con puños de gelatina y bíceps de Barriguitas.

Reirán, llorarán, vomitarán y se pellizcarán (intentando creerlo). Sonará el “Rumble” y el “War on the terraces”. Beberemos cerveza. Yo hablaré, y hablaré, y hablaré, y entre frase y frase también me remojaré el gaznate, no crean.

Quizás sea esta la última oportunidad. Una última Pelea en las playas de Castefa, en los bares de Gavà, en las calles de Sant Boi. No se lo pierdan, insensatos.

 


Dear Ken: una entrevista exclusiva con Ken Stringfellow

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Ken StringfellowMe encantaría recordar cuándo escuché Frosting on the beater de The Posies por vez primera, pero soy incapaz. Sé que se plantificó en mi vida en mitad de los Años Oscuros, 1993-1995, y representó el papel de boya en la inmensidad de la ciénaga. Algo donde agarrarse, cuando parece que ya no haya sostén ni razón, cuando sientes que has entrado en la vía muerta (¡y solo con 21 años!) y el resto de tu vida va a ser eso: esa nada. Esa mierda. Luego, como se explica en Mil violines, todo cambiaría. 1995 sería (¿cómo lo escribí?) el año en que todo acababa y todo parecía empezar, una cosa rarísima, un año vórtice de libro y de campeonato. Pero antes: entreguerras. El horrible 1993, el nefasto 1994: los años peores, tiempo de claudicaciones; todo el mundo los tiene. Durante esos dos años ominosos escuché varios discos que me dieron luz cuando no veía ni torta, discos como árnica, sanadores de heridas y muletas en la pesadumbre: el debut de

Zumpano, los EPs franceses de los Four Tops (que le compraba a un señor sin dientes de Sitges), el “Carrie Anne” de los Hollies, las cintas del Breakaway Soul Club y del Club Soul de Barcelona, Heavenly, Jawbreaker, el Creator y el Lick, TFC y, muy especialmente, el Frosting on the beater.

Tengo un momento con Frosting on the beater. Un instante claro: en la playa de Sitges, a las dos del mediodía de un luminoso martes de primavera de 1994, escuchando “Burn & shine”, dándole al REW i volviéndola a escuchar. Más fumado que Ho-Chi-Minh, con espirales en las pupilas, pero guardando la instantánea, pensando que era uno de esos momentos buenos, de esperanza, que recuerdas y saboreas cuando ya ha pasado. Como si fuese un trampolín hacia tiempos menos aciagos.

Tras escuchar 100.000 veces aquel disco (¡cinta!) de los Posies, los abandoné. Los olvidé, seguramente tratando también de borrar de mi memoria el 1993-94, pretendiendo que no habían sucedido. Años después escuché el Failure (Popllama, 1988), cuando celebraba su quinceavo aniversario, y se convirtió en uno de mis discos predilectos, hasta hoy. Asimismo, no relacionaba aquellos Posies con estos Posies. Era como si fuesen dos grupos distintos, pese a los coros similares y las familiares voces de Jon Auer y Ken Stringfellow.

(Nota: también les vi en directo, ahora lo recuerdo. Teenage Fanclub y The Posies, 11 de noviembre del 1993, en Zeleste 2. Un concierto extraordinario. Frosting on the beater y Thirteen. Y los dos grupos salieron juntos al final, haciendo el bobo y pasándoselo en grande, para una versión del “September gurls” de Big Star. Y empezaron a colgarle guitarras encima a Brendan O’Hare, que se tronchaba).

Ken Stringfellow, que ha estado de gira con The Posies haciendo eso -tan en boga hoy- de tocar enteros dos de sus álbumes (una idea desaconsejable como ha habido pocas en el siglo XXI), regresa a Barcelona para un concierto en solitario en nuestro amado y acogedor Heliogàbal, donde todo el mundo tiene una sonrisa para ti y los rosales florecen abundosos. El asunto será el día 21 de diciembre -está al caer- y con esa excusa decidimos importunar al músico en su hogar francés y sepultarle en un cuestionario tan didáctico como apasionado. Hablamos de Simon & Garfunkel, el maquillaje de Jon Auer, lo malos que eran Soundgarden, pasar tests de autismo, copiar flagrantemente a XTC y nacer en un pueblo tan pequeño que ni siquiera cuenta con suficientes punk rockers para formar un grupo. Y de cómo los Young Fresh Fellows eran el mejor grupo del mundo.

Me gustaría saber cuál es tu formación pop: si se escuchaban discos en tu casa a menudo, si tus padres tocaban algún instrumento, esas cosas. A menudo suelen explicar la proclividad de un determinado artista.

Mis padres no eran músicos ni tocaban instrumentos, pero en casa sonaba música frecuentemente. La gama de estilos era muy amplia, pero siempre oscilaba alrededor de los éxitos del momento que sonaban en la FM americana. The Carpenters son un buen ejemplo del tipo de sonido que imperaba en el hogar, y yo estaba absolutamente enamorado de ellos. Más adelante empecé a investigar en la colección de discos de mi madre: Beatles, Beach Boys, música clásica y también easy listening, crooners del tipo Nat King Cole y Frank Sinatra. El músico más altisonante de la casa era Tchaikovski, siempre sonaba muy fuerte y me emocionaba. Acabó gustándome mucho. De hecho, puedes ponerme cualquier cosa de música clásica y existen grandes posibilidades de que pueda decirte quién es el compositor y el nombre de la pieza. En aquella época absorbí todo eso como una esponja. Las emociones y mensajes que aquellos discos comunicaban significaban para mí mucho más que todos mis compañeros de clase juntos. Eran cosas con las que podía identificarme.

Eso suena a educación nerd al cubo. Chaval raquítico apegado a sus discos, maquetas, libros de la Segunda Guerra Mundial, escuchando mensajes en clave en cada cosa e imaginando mundos privados.

¡Sí! En un grado muy alto; ni te lo imaginas. Llegaron a hacerme tests de autismo, y aunque el médico decidió que mi patología no era esa, podría haberlo sido perfectamente. Tenía inmensas dificultades para comunicarme con la gente. Para mí era una tarea ardua, era un desastre relacionándome con el mundo exterior, me comunicaba fatal. Para colmo, mi familia estaba constantemente trasladándose de un lugar a otro. Era mucho más joven que mis compañeros de clase, así que en uno de esos traslados me acabaron bajando a un curso inferior. Aquel fue un periodo delicado, por no decir otra cosa. Cuando empecé el instituto estaba ya afincado sólidamente en el campo nerd, sin esperanza de traslado al otro lado. Era muy buen estudiante, y para colmo tenía sobrepeso. Hasta que mi cuerpo empezó a autorregularse y regresé a un peso normal no adquirí algo de confianza en mí mismo y empecé a ser algo más popular.

La música ha sido la válvula de escape primordial de los nerds sin esperanza del siglo XX.

Sí, y tiene sentido. Es un lenguaje social aceptado de forma universal, así que si uno de tus problemas es la comunicación, tocar música puede ser una buena respuesta a tus problemas de mutismo y aislamiento. En las conversaciones que uno escucha diariamente la dinámica dialéctica entre interlocutores suele ser de maestro y siervo o algo sacado de El señor de las moscas: la ley del más fuerte. Esas dinámicas de poder pueden ser muy perjudiciales si te ha tocado estar en el lado malo de la moneda. Idealmente, la música es una cosa pura y buena. Es un lenguaje matemático que incluye emociones, lo cual es por definición una cosa guay.

El origen nerd, por otro lado, parece haber sufrido una transformación extrema en nuestros días. Los músicos ya no son frikis abatidos que se salvan por el poder redentor del pop; quizás porque el nerdismo ya no es un estigma, sino algo glamuroso.

theposies88

El marketing ha hecho una buena faena. Ahora el underground es el campo de donde extraen los nuevos modelos sociales. Pero el estado de la economía hace que todo el mundo viva bajo una mayor presión. Lo de la “crisis” no es más que una cortina de humo para disimular una gigantesca transferencia de riqueza del fondo a la cumbre. Así que la gente trabajadora tiene menos tiempo para dedicarse al pop. Crecí en un entorno confortable de clase media, así que quizás no soy el más indicado para hablar de estas cosas; no soy un buen ejemplo. Pero grupos como Vampire Weekend… Digamos que no son la clase obrera. Son chicos de clase media-alta de barrio residencial. La gente rica es guapa, tiene una cantidad desorbitada de tiempo para ensayar y tocar… Ellos son la clase de la que se alimenta el pop hoy en día. Tal y como yo lo veo, en el rock’n’roll y el pop de los cincuentas y sesentas la mayoría de grupos venían de entornos trabajadores. Los Beatles eran de clase obrera, no niños ricos. Creo que toda esa aleatoriedad, esa posibilidad de que el pop surgiese de la clases trabajadoras, se ha perdido. Ese caos creativo ha desaparecido.

Caitlin Moran sostiene que ha tenido lugar una especie de golpe de estado al pop. Al convertirse en algo no remunerado (por culpa de internet, entre otras razones), las clases trabajadoras ya no pueden dedicarse a ello a jornada completa, y han tomado su lugar las clases medias y altas. Pero el pop es un invento working class. Es nuestra cultura.

Mi generación es la última con padres squares, no modernos, anticuados. Ahora los padres compiten entre ellos para que sus hijos sean más cool y guays que los del vecino. Los padres hip, al día, quieren tener hijos igualmente modernos; en cierto modo su camino ya está marcado, fue escogido por los padres. En Francia, donde vivo desde hace un tiempo, es muy difícil ser obscenamente rico, como sucede en los Estados Unidos. En Francia te freirían a impuestos, y con razón. Así que lo que hacen los ricos franceses, puesto que no pueden comprarles el futuro a sus hijos, es utilizar sus conexiones para comprarles prestigio. Grupos como Justice no sucedieron por accidente; sus padres poseían sellos discográficos. Yo, por el contrario, tuve que hacer las cosas por mí mismo y buscarme la vida. Mis padres siempre fueron alentadores, pero no invirtieron en mí. Si eres un papá moderno con profesión liberal tus hijos van a ser niños modernos y van a terminar haciendo algo cool.

¿Pertenecía Jon Auer a tu club de frikis de instituto? ¿Os asociasteis en hermandad nerd?

Jon pertenecía a otra categoría, en cierto modo. En el instituto estaban los frikis, los deportistas, y luego estaba la zona gris de los chavales heavy metal. El heavy era una especie de club abierto para que cualquiera pudiese afiliarse. Por supuesto, a los deportistas les gustaba el hard rock y a los nerds no, pero luego había algún friki que estaba en tierra de nadie y se hacía heavy. Jon era un heavy-friki. No era un tipo duro (además, solo tenía trece años cuando nos conocimos) pero le fascinaban los desafíos técnicos del metal (los solos a toda velocidad, por ejemplo). Todo el mundo le conocía, era mucho más popular que yo. Finalmente, el boca-a-boca de que yo había formado un grupo llegó hasta él. Le entramos en una tienda de discos: deberías unirte a nuestro grupo, lo típico. Yo tenía catorce años y él solo trece.

Los dos erais marginados, y supongo que os unieron una serie de afinidades o gustos comunes, como suele ocurrir.

Jon y yo teníamos gustos bastante distintos, pero eso no importaba. Recuerda que eran los días pre-internet. No existía ni siquiera la MTV. Así que básicamente tenías que ir buscando discos al azar, leyendo Rolling Stone (cuyo ámbito era muy amplio, y tocaba muchos géneros), escuchando la radio y charlando con propietarios de tiendas de discos. El espectro de influencias que recibes por medio de todas esas vías es muy amplio. A los catorce estás desesperado por algo de contacto con el mundo exterior. En mi pueblo no había suficientes punk rockers para empezar un grupo. Ni siquiera había suficientes heavys. Solo existía un bajista que tocaba con todo el mundo. Los dos, Jon y yo, compartíamos un cierto escepticismo respecto a la época. Después de todo, eran los años ochenta. Se hacían cosas gloriosas pero también otras ridículamente ampulosas. Los dos teníamos la perspectiva que se adquiere en un lugar pequeño.

El aislamiento, el mirar las cosas desde la distancia y luego tratar de replicarlas con tus aptitudes (sean cuales sean), siempre ha sido una buena receta para el pop.

Sí y no. Depende. No es tan buena receta si vives en Mongolia, y no te llega ningún tipo de información. Pero creo que sí es bueno vivir cerca de Los Ángeles, por ejemplo, pero no en el centro de Los Ángeles. Los esceneros lo hacen todo demasiado bien, demasiado correcto, y esa es la razón por la que duran tan poco; son muy aburridos y cerrados. Lo positivo es que la información te llegue a medias, algo incorrecta y fragmentada, porque entonces llenarás la otra mitad con tu propia creatividad. Tienes que desarrollar algo, puesto que no conoces las reglas ni sabes que existan. Nuestro pueblo, Bellingham (WA) estaba completamente aislado de todo, e incluso la ciudad grande más cercana, Seattle, está a catorce horas en coche de San Francisco. Está tan lejos de todas partes que no era raro que algunos grupos de gira ni siquiera pasaran por Seattle. Por ejemplo The Smiths, cuando la gira de The Queen is Dead. Tuve que conducir hasta San Francisco para verles.

En mi opinión, esas limitaciones han sido y serán siempre buenas para el pop. Stephen Pastel decía lo mismo hace poco, cuando lo entrevisté. Saber hacer una sola cosa, y hacerla bien.

O mal. A veces, estropeas tus ambiciones, metes la pata intentando replicar algo, y eso es bueno. Mira a Teenage Fanclub. Cuando empezaron eran como un intento extraño de darle un pulido relajante al ruido de Dinosaur Jr. No les salió muy bien, y se transformaron en otra cosa. Otra cosa mucho mejor.

Vuestro debut Failure apareció en 1988, un año en que globalmente estaban pasando muchas cosas interesantes: el Paisley Underground, los grupos de Creation Records, el revival garaje, los coletazos de C86… ¿Estabais al tanto de todo aquello?

Cuando me trasladé finalmente a Seattle, en 1986, mi colección de discos empezó a crecer. De repente, durante los dos años siguientes, empecé a escuchar todo aquello sobre lo que había estado leyendo pero no había conseguido escuchar. Cosas contemporáneas y antiguas. Cuando REM sacaron el Chronic Town, en 1982, a mi pueblo llegó… ¡Una copia! Una sola copia. Y en casette. Y fue a parar a una tienda de cosas de fumeta, una headshop, no una tienda de discos convencional. Y, ¿sabes qué? ¡La conseguí! Conseguí la única copia de Chronic Town que llegó a Bellingham, WA. Pero esa tónica cambió con mi mudanza. Para cuando salió Psychocandy, de The Jesus And Mary Chain, y llegó a Seattle a principios de 1986, lo compré de inmediato. La vida se había vuelto mucho menos complicada. Lo mismo les sucedió a mis compañeros de banda, hacia 1988. Lo único que no habíamos conseguido aún eran discos de Big Star. En aquella época nadie los había reeditado aún y eran casi imposibles de conseguir, solo existían imports raros europeos. Llevaba, de nuevo, cinco años leyendo artículos sobre un grupo que no había escuchado jamás. Finalmente empezaron a llegar nuevas reediciones europeas en CD, y fue una revelación.

Failure se ha convertido con los años en mi álbum predilecto de The Posies. Es puro y cándido y joven y tan inocente y gozoso… E impúdico: toca varios estilos sin miedo: psicodelia, sixties pop, swing rockabilliesco, power pop y beat… ¡Y esas letras!

Gracias. Failure tiene, sin duda, un gran encanto DIY. Nadie nos echó una mano desde el exterior. Es un disco auténticamente casero. Pero a la gente le gustó ese aspecto del álbum, y al final terminó sonando por la radio. Nuestras técnicas de grabación hacían que The White Stripes parezcan el grupo más tecnológico de la historia. Creo que también es transparente en cuanto a los discos que nos influenciaban en aquel momento. El disco está lleno de auténticas fusiladas directas que jamás me atrevería a realizar ahora: el ritmo inicial de “Paint me” es una copia vergonzosa del inicio de “Ball and chain” de XTC, que entonces eran uno de nuestros grupos favoritos; el patrón percusivo en “I may hate you sometimes” está sacado sin rubor del “Drive my car” de los Beatles; “Under easy” es nuestro intento de ser Hüsker Dü cuando Hüsker Dü querían ser los Byrds; para nosotros “Could you be the one” fue enorme, un gran hit del grupo: es tan retro y soñadora, te lleva directo a la edad de la inocencia. No es un sonido tan duro como el punk, tiene más artesanía en la composición. Recuerda que vivíamos en un pueblo muy pequeño sin tiendas de discos, así que las colecciones de discos de los padres jugaban también un papel fundamental en nuestra educación. Simon & Garfunkel eran un grupo icónico para nosotros. Rolling Stone fue otra inmensa influencia para todos los babyboomers. En sus páginas leías sobre el Zen Arcade, pero también sobre MOR. Era confuso pero enriquecedor. Failure tiene un montón de referencias 60’s mezcladas con Squeeze, Elvis Costello y XTC. El sonido puede llevarte a los sesenta, pero líricamente es muy verboso, casi repelente; está repleto de juegos de palabras, frases irónicas, comparaciones de cerebrito…

the-posies-failureDe nuevo, un grupo de americanos enfermos de anglofilia replicando a sus grupos favoritos.

La explicación es muy simple. Todos los discos de grupos ingleses estaban en grandes sellos, y por tanto eran muy fáciles de encontrar. Los discos americanos de SST, por el contrario, nunca llegaban a nosotros. Mi periplo fue peculiar: había tocado en grupos experimentales antes de formar The Posies, pero entonces descubrí a gente como Elvis Costello, un compositor artesano a la vieja usanza, nada ruidoso (cosa que aprecié). Me entraron ganas de desarrollar mis propios ganchos, coros, riffs y estribillos. En Inglaterra nunca encontrarías a un grupo como Saccharine Trust; ese tipo de sonido caótico y desordenado del post-hardcore es típicamente americano. Los ingleses son más pulcros.

En Popllama estabais bien acompañados: Flop, Young Fresh Fellows, Fastbacks, Dharma Bums… Todos son grupos sensacionales, y relativamente conocidos aquí.

Young Fresh Fellows no tuvieron el menor impacto en el Reino Unido. Quizás les consideraban demasiado pub-rock, hacían demasiadas versiones y lo pasaban demasiado bien. Pero para nosotros, te lo aseguro, eran lo más grande del mundo, nuestros ídolos absolutos. Eran mi grupo favorito de la zona de Seattle, con diferencia. Ostentaban una mezcla extraordinaria de grandes músicos, un sentido del humor muy suyo, en directo rockeaban que no veas y las canciones eran buenísimas. A veces íbamos a ver a otros grupos de la zona, como Soundgarden, y nos parecían malísimos, una pésima imitación de otras cosas. Con el tiempo sus discos se hicieron más o menos pasables, pero siguieron siendo muy poco originales, con el rollo aquel del cantante en plan Jim Morrison. Se parecían bastante a The Cult, de hecho. Los Wipers nos encantaban, pero duraron muy poco. Casi ningún grupo se acercaba a nuestro pueblo, pero los Young Fresh Fellows sí lo hacían, eran los únicos, así que empecé a verles desde muy pequeño. Para mí eran nuestra banda paterna: el grupo que queríamos ser.

Me encantan Dear 23 y Frosting on the beater, pero es obvio que algo de inocencia se perdió por el camino. ¿Lo ves así tú también?

Pasamos de grabar un álbum por 50$ a grabarlo por 50.000$. Literalmente. Eso es algo que compromete a un grupo. Nos sentíamos fuera de lugar e inseguros. No teníamos mapas para ese trayecto. Me hubiese encantado saber más y tener más control sobre lo que hacíamos, conducir al grupo hacia delante y llevar a Frosting on the beater hasta donde merecía estar. Los años que pasaron entre Failure y Dear 23 son los años en que la mayoría de grupos aún están preparando su debut. Dear 23 lo veo un poco a traspié. Las canciones son buenas, y el productor (que había trabajado con The Stone Roses) lo hizo bien. Pero ahora tomaría otros caminos. Éramos muy jóvenes y naïf. Cuando llevamos Dear 23 de gira aún estábamos aprendiendo sobre la marcha, aprendiendo a tocar en directo, lo que por otro lado hizo que Frosting… fuese lo que es. Ir de gira era divertido. Hicimos un montón de conciertos para nadie en absoluto. La primera vez que tocamos en Chicago como cabezas de cartel lo hicimos en un sitio enorme, parecido al Razz 1, para que me entiendas. Nunca habíamos tocado en un sitio así. También empezamos a sonar por la radio. Durante aquellos años aprendí a negociar con el resto de miembros, algo que es vital para la longevidad de cualquier grupo. Ninguno de nosotros era especialmente maduro aún, así que todo lo que nos sucedía nos enseñaba un montón de cosas. Y nada fue espectacularmente mal. ¡Uau! De repente estábamos en una multinacional, pero ¡Oh! tampoco vendíamos demasiado. A la vez, ni éramos los más grandes ni los más pequeños. Un grupo como The Nymphs, también en Geffen, vendió unos 40.000 discos en total. Nosotros vendimos 500.000. Si lo pienso, estoy cómodo con la forma en que se desarrollaron los acontecimientos. Si llegamos a vender millones de discos seríamos ricos, pero no hubiésemos tenido los retos que tuvimos, estaríamos aislados del mundo. Así que estamos en una zona de nadie: no somos estrellas, pero no somos desconocidos, y tenemos que seguir haciendo cosas.

¿Te hacen sentir nostalgia todos aquellos años tiernos de formación y aprendizaje?

No. En absoluto. Sigo aprendiendo. El pasado es lo que es, y a mí me queda mucho por aprender. No querría vivir en el pasado. Los últimos diez años han sido apasionantes: nació mi hija, me mudé a Francia y empecé un puñado de nuevos proyectos interesantes. Quizás en diez años sí me sentiré nostálgico de este último periodo, pero no en sentido musical, sino por asuntos familiares. ¿Debería sentirme más nostálgico? Tengo recuerdos entrañables de todo aquello, pero estoy en el 2013, y es un año interesante en el que estar vivo.

Mi última pregunta: el pedazo look gótico que lucís tú y Jon en la contraportada del Failure, ¿es el que llevabais por la calle o os disfrazasteis para el álbum?

(Ríe) Faltaría más. Por la razón que fuese, en el underground de los 80’s era común llevar maquillaje. Jon Auer iba maquillado al instituto, al estilo Duran Duran. Le gustaba llevar el cabello crepado así, gigante, para parecerse a Robert Smith. Pero Jon es un tío grandullón, más incluso que Robert Smith (que también lo es bastante), así que acababa pareciendo una drag queen. Yo llevaba ese rollo medio goth, nueva ola, algo punk… En un pueblo como el nuestro acababas mezclándolo todo: botas Martens, pelo siniestro, chupa cruzada con remaches… En fin: un desastre. Lo cierto es que el aspecto nunca fue tan importante para mí como lo era para Jon.

(Otra entrevista exclusiva de Kiko Amat para Bendito Atraso)

El vermut de Kiko Amat #5: MANOLO MARTÍNEZ (Astrud)

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Una enjundiosa entrevista, largota como las demás, con Manolo Martínez (Astrud), para la sección vermutera de Gent Normal. En ella Manolo afirma que abandona el pop temporalmente -no es lo mismo que decir que Astrud se separan (como se ha oído decir por ahí)- y anuncia que ese retiro centrará su actuación en el venidero Primera Persona 2014: un compositor explicando por qué ahora mismo no tiene nada que decir.

En la charla se habla de mitos fundacionales, de ser un friki solitario, de Jimmy Webb, de paternidad, de humor sutil, de ser/no ser comprendido, de letristas inmundos y la chica del “ojo de cristal”, de Manolo y Genís y Genís y Manolo, de “Superman”, de la gente inquietante que afirma que “Minusvalía” va de ellos, de nostalgia paralizante e, incluso, de la no existencia de un ser divino y de la fe en lucha (¡toma castaña!).

Lean, disfruten, rían, flipen.

El gran existencialista airado: un obituario de Colin Wilson

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ColinWilsonColin Wilson (1931-2013)

Escritor inglés

El auge del prolífico escritor inglés Colin Wilson fue un fenómeno espectacular; casi tanto como su caída. Pocos autores han emergido de un modo más fulgurante para después ser crucificados sin compasión. La histeria que despertó El desplazado (1956), admitió el autor en su nuevo prefacio para la edición de 1978, fue desastroso para su carrera: “Adquirí notoriedad de la peor manera; fue fatal que me conociera tanta gente de golpe”. Con El desplazado, un tratado sobre el papel del marginado cultural a lo largo de la historia, trazado mediante las vidas de algunos notorios alienados sociales (Barbusse, Camus, Blake, Dostoyevsky…) y publicado cuando Wilson tenía solo 24 años, el escritor se había convertido en “chico prodigio” de la literatura. El desplazado fue un imparable best seller de los años cincuenta, pero los críticos jamás le perdonaron su precocidad. A Wilson, un hombre con una visión, no pareció importarle, y continuó infatigable, libro tras libro, en pos de su obsesión vital y motor de toda su obra: encontrar un camino que llevase a la humanidad a un nuevo estado de trascendencia.

Wilson había nacido en Leicester en 1931, hijo de obreros. Wilson, autodidacta ejemplar, abandonó los estudios a los dieciséis años, se dedicó a una serie de “odiosos” empleos, vivió en París y Estrasburgo, y acabó mudándose a Londres en 1954. Allí, en un gesto de heroica determinación, durmió a la intemperie y empezó a escribir cada mañana en el British Museum. Su primer libro, Ritual en la oscuridad, no aparecería hasta cuatro años después (1960), pero avanza temas sobre los que Wilson iría a caer una y otra vez: el deseo de trascender la pequeñez, la afirmación de la existencia, el conflicto hombre-sociedad y la búsqueda de algo intenso que nos acerque a la condición divina. Ritual en la oscuridad fue reeditada el 2011 en España por Libros del Silencio con un nuevo prólogo de Javier Calvo, fiel admirador de la obra de Wilson.

Esa obsesión con la superconciencia llevaría a El desplazado, su gran hit, publicado en mayo de 1956, justo cuando el dramaturgo John Osborne estrenaba Look Back in Anger. Wilson fue erigido estandarte de los nuevos “jóvenes iracundos” británicos junto a Osborne, John Wain, Kingsley Amis o Alan Sillitoe, y la prensa le elevó a la temible posición de profeta generacional. Wilson, asqueado por su nueva condición de celebridad pop, se retiró a Cornualles, donde permanecería el resto de su vida.

La crítica defenestró sus dos siguientes ensayos filosóficos (Religion and The Rebel y The Age of Defeat), y Wilson se convirtió de repente en un autor pasado de moda. Condenado al ostracismo, el escritor amplió su campo de batalla a los márgenes literarios y publicó varias novelas de impulso sexual reprimido, música, homicidio y trascendencia (Man Without a Shadow, de 1963); brillantes cantos autobiográficos a la bohemia londinense (A la deriva en el Soho, de 1961); disfrutables tratados sobre fenómenos paranormales (Lo oculto, 1971; con perfiles de Paracelso, Madame Blavatsky, Casanova…) o criminología (Los asesinos); dignas novelas de ciencia ficción y misterio (La jaula de cristal, El caso de la colegiala asesinada), biografías (Jung, Rasputín, Borges…) y muchos más libros sobre astronomía, serial killers, espiritualismo, ripperología (Jack The Ripper fue otra obsesión recurrente) y ovnis. Más de cien. En algunas fechas, como 1980 o 1985, llegó a finalizar cinco obras en un solo año. Nunca dejó de escribir, ni perdió el impulso, el entusiasmo por el conocimiento y la búsqueda de algún tipo de revelación.

Wilson, que llevaba más de un año incapaz de hablar como consecuencia de un infarto, murió el lunes 9 de diciembre del 2013 en Cornualles, rodeado de su mujer, dos hijos, 30.000 libros y 10.000 discos de música clásica y jazz. Kiko Amat

(Obituario publicado en La Vanguardia del 14 de diciembre del 2013)

Ni joven, ni moderno

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O, como indica su explícito subtítulo: “Meditaciones autobiográficas sobre censura, humillación y otros desafortunados percances del escribir”. Habla de todos mis despidos y topetazos y mutilaciones de texto en magacines y periódicos varios. Nuevas confesiones de ridiculez, servidumbre e intentos de conservar la dignidad y la cordura en un medio tirando a tóxico, y no conocido precisamente por su punkrockez.

Es la cuarta de nuestras colaboraciones para Playground. Hagan el favor, lectores y fans, de introducir el máximo de arcanos Me Gusta y tweety birds y lo que proceda, pues al no ir este de pollas, trufas, peleas y crack estamos seguros de que va a despertar menos pasiones.

Como decía Bill Hicks: “Cock jokes coming up, don’t worry“.

Léanla aquí, si les place.

Primera Persona 2014: primera anunciación de artistas

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Pueden leer aquí y también aquí la impresionante longaniza de artistas que nos visitarán para el venidero Primera Persona 2014. Esta es solo la primera entrega, y no viene por orden de importancia. Nuevos nombrazos habrán de seguir, que comunicaremos en breve.

De momento, es lo que ven sus atónitos ojos: TRACEY THORN (Everything But The Girl), IRVINE WELSH, JONATHAN LETHEM, RAÜL CIMAS (Muchachada Nui), CALVIN JOHNSON (Beat Happening, K Records), MANOLO MARTÍNEZ (astrud), SHEILA HETTI…

Aun no es muy tarde: 6 recomendaciones para la Navidad del 2014

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Kelman baixa1) Era tarde, muy tarde, JAMES KELMAN: (Galaxia Gutemberg / Círculo de Lectores): El stream of conciousness, o monólogo interior, no es uno de nuestros artificios literarios predilectos, y sin embargo disfrutamos (o debería decir sufrimos) horrores con la cuarta novela de Kelman. Kelman nos gusta del mismo modo que BS Johnson: no sentimos una gran pasión por su obcecación modernista con el balbuceo inconsciente del pensamiento, ni su lucha contra los “artificios” del lenguaje narrativo, pero admiramos su valor, humor, brutalidad y testarudez. Kelman es otro rey del “flujo de conciencia”: todas sus novelas parecen cráneos de cristal, en el interior de los cuales podemos admirar un desfile de pensamientos del protagonista (por supuesto, los humanos pensamos a diario una cantidad extraordinaria de memeces, cosa que juega en contra de esta técnica). Era tarde, muy tarde no es una excepción: Sammy Samuels es un ex-convicto desesperado que despierta un día tirado en una acera tras dos días de insensata borrachera. Su brillante primera idea matutina, recién vuelto en sí, es liarse a tortas con unos paseantes guripas, que proceden a zurrarle la badana hasta dejarle ciego. Arrea. El resto de la novela documenta el periplo de un recién disminuido, proleta y –por tanto- doblemente paria, a través del cruel mundo que nace ante sus ojos sin vida. Escrita por Kelman en dialecto patibulario de Glasgow, esta traducción conserva los suficientes “a la mierda” e “hijoputas” como para no desmerecer del original (The Independent contó los fucks del libro: 4000 del ala). Otro atributo: ganó el Booker Prize de 1994, en efecto, pero una jueza (la baronesa de Neuberger, y el título nobiliario no es broma) lo describió como “una desgracia” ilegible, y abandonó furiosa su silla en el comité con gran estrépito de perlas. El mohoso Simon Jenkins de The Times, en otro extraordinario gesto de bélico clasismo, tildó al autor de analfabeto y describió la obra ganadora como “vandalismo literario”. Todo ello no hace más que sumar puntos y puntos en nuestro fatigado corazón. Era tarde, muy tarde no es la lectura más fácil del mundo, pero merece la pena el esfuerzo, ya lo verán. Y bien por Galaxia Gutemberg, que tiene ya a Nelson Algren, Oakley Hall y James Kelman en su escuadrón; cosa que les engrandece a nuestros ojos.

2) Se violenta el mundo, P.D. GARROTE (Agencia Joyce): Créanme si les digo que es difícil encontrar debuts celebrables –al menos en cuanto al tipo de narrativa que nos convulsiona y emociona- en nuestro país. En diez años (¡diez años!) este su escritor de proximidad favorito solo ha encontrado cinco o seis sujetos con los que gozar plenamente. Una cifra más baja que el cómputo total de elepés de Astrud, que ya es decir. Y aún así, de vez en cuando llega una novela inesperada que reúne la ristra de atributos que ya les son familiares por haberlos leído una y otra vez en Bendito Atraso: sencillez, contención, humor, no-aburrimiento, familiaridad del entorno, VERDAD, temática no literaria (no habla de otros libros) y menos aún metaliteraria, etc. Se violenta el mundo no es una novela perfecta, pero sí lo suficientemente cercana para recomendarla aquí. En ella suceden cosas, contiene al menos un personaje memorable y tronchante (Vladimir, el de la holocáustica honestidad), es cómica y triste a la vez (Fante style) y alardea de imponente título. Su autor es un completo desconocido que ha decidido autoeditarse, y miren que aquí sospechamos lo suyo de las autoediciones (debería ser algo muy punk, pero por lo general suelen ser chapuzas verborréicas de incapaces crónicos y pretenciosos certificados). En este caso, sin embargo, el familiar y premonitorio retortijón de boca estomacal no erraba el tiro. El protagonista, medio loco y amargado y paranoico (esperemos que no sea primera persona en crudo, por el bien de Garrote), con sus monólogos interiores a lo Bandini/Ginger Man, sus digresiones (buenas, en la mayoría de las ocasiones) y fiera melancolía helleriana, consigue que te enganches a la lectura desde la octava página. Y les aseguro que eso es menos común de lo que imaginan. Les invitamos a que le den una oportunidad a esta nueva, flamante, voz.

PROMOCIÓN493) La promoción del 49, DON CARPENTER (Gallo Nero): Una novela teóricamente “menor” de uno de nuestros autores favoritos, estatus que consiguió con una única obra: la perfectamente inolvidable, recia y emotiva Dura la lluvia que cae, uno de los libros predilectos de Bendito Atraso desde que se publicó en España. La promoción del 49 es una suerte de American Graffiti pre-rock’n’roll escrita con la cautela empática y compasiva de una S.E. Hinton, y transcurre en las últimas semanas de clase del curso del ‘49. Hay catástrofes, borracheras “largas y tristonas”, desengaños, acné y “amargura en el corazón”, peleas, desaires y desencuentros, a lo largo de muchos fragmentos tan melancólicos como hermosos. Y todo apretujado sin esfuerzo en 163 escuetas, perfectas, páginas.  La promoción del 49 captura ese momento pasajero de fin de una vida en el preciso instante en que se asoma al barranco, justo antes de mutar-morir para siempre: los últimos años de inocencia juvenil. Y lo hace sin aspavientos ni melodrama excesivo, adoptando un conciso tono de resignación teen: “Y salvaron el talud que delimitaba el estadio de fútbol americano, y circularon y circularon alrededor de la pista, en silencio, en mitad de la noche fría, derrapando a veces hasta que el coche empezó a describir unos círculos lentos. Y luego, cuando el frío les caló y aquello dejó de parecerles divertido, trataron de sacar el vehículo del estadio, sin éxito. Así que todos se apearon, dejaron el coche allí y volvieron a casa a pie”. Lo que sea, será. No se la pierdan.

4) Cleveland, HARVEY PEKAR (Gallo Nero): Una de las más rotundas voces de la primera persona narrativa mundial, el añorado Harvey Pekar, dejó como última obra este extraordinario canto de amor/desamor a su ciudad natal, Cleveland. Aunque en esta casa abandonamos la lectura compulsiva de cómic-books en algún punto de 1997 (alguna obsesión tenía que caer; no había tiempo material para todas), American Splendor representa aún para nosotros uno de los más elevados minaretes de la narrativa honesta y la escritura vivencial, y lo tenemos en la más alta estima. Cleveland, espléndido testamento de Pekar, es pura historia desde el Yo; lo que más nos gusta. Sin escudos ni artimañas. Y con esa dosis justa de mala baba y borderío que es tan indispensable en literatura como en un atraco a mano armada (que decía Nelson Algren). Almíbar, el justo. Nunca le tendremos en Primera Persona, a Pekar, pero Cleveland nos masajea el alma y cauteriza el pesar por su ausencia.

5) El reinado de Witiza, FRANCISCO GARCÍA PAVÓN (Rey Lear): Les hemos hablado en otras ocasiones del mundo de García Pavón, héroe manchego de la narrativa que más nos divierte y conmueve. Leerán en breve nuestro análisis de su obra para el Cultura/S de La Vanguardia, y pueden también retroceder a nuestras recomendaciones del verano del 2012 (donde dábamos lustre a una vieja copia de Las hermanas coloradas, de 1970), pero de momento aquí les dejamos El reinado de Witiza, que por añadidura pueden comprar en su librería habitual (pues la editorial Rey Lear está reeditando toda la obra de Pavón, ¡viva!). Este es un nuevo misterio para Manuel González, alias Plinio, el Holmes de Tomelloso, y su watsoniano adláter, el veterinario Don Lotario. Un hecho insólito sacude Tomelloso, y tiene que ver con nichos vacíos, cadáveres embalsamados y ocupaciones inesperadas de tumba ajena. El fiambre tiene jeta de rey godo, de ahí el título. “Oscuro y tormentoso se presentaba el reinado de Witiza…”. Como sucede por norma en los libros de García Pavón, en Witiza se mezcla el suspense detectivesco con el naturalismo castellano, las reflexiones de calado con los chistes verdes y el ruralismo más delicioso, y todo ello viene empaquetado con el mejor zen epicúreo (los Plinios son manuales del vivir pausado, repleto, bien follado y bien bebido) a este lado de Ciudad Real. Lancen el WhatsApp al retrete y empiecen un Plinio: notarán la mejora.

6) La historia del Señor Polly, H.G. WELLS (Espasa Relecturas): Doble jugarreta que les hacemos aquí: el libro está descatalogado en su edición española, así que tendrán que perseguirlo por librerías de viejo, y encima nosotros leímos la versión original publicada por Penguin Classics. Hala, a cascarla. Pero, ¿qué otra cosa podíamos hacer, hijos de mi vida, si esta es una de las mejores novelas que hemos leído jamás? Podrán hacerse con todos los detalles de este tardío descubrimiento en el próximo Libro del Mes de diciembre, aquí en Bendito Atraso, pero les recomendamos que activen los sensores Spider e inauguren la cacería. La historia del Señor Polly es divertida, aguda, heroica, emocionante, enganchifosa (que decimos en mi país), rítmica y profunda a la vez. Fue el libro preferido de Wells, y es fácil entrever los motivos. Este libro se escribió con patente gozo. Una auténtica maravilla directa desde 1910, puro cimiento de Reginald Perrin (su más obvio sucesor), Maxwell Sim y Billy Liar, La historia del Señor Polly es, sin exagerar, uno de esos libros de una vida. Para mí, inolvidable e insuperable. Kiko Amat

Disco del mes (diciembre 2013): COACH STATION REUNION Lost album

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coachstationreunion_lostabuCOACH STATION REUNION

Lost album

(Discos de Kirlian, 2013)

Uno de nuestros discos favoritos de siempre es el North Marine Drive de Ben Watt, y en el Lost album de Coach Station Reunion hemos hallado a un nuevo miembro de la progenie. Aquel salió en 1983 y fue número uno de las listas indies inglesas (eran otros tiempos), aunque luego sería sepultado por el superéxito mundial de Everything But The Girl, el duo que Watt formó con Tracey Thorn (también somos mega-fans de ellos). Era un disco casi acústico (Peter King sacaba el saxofón a pasear en algunos pasajes), extraordinariamente melancólico y sentimental, solitario y desolado, casi existencialista pero ni melindroso ni abstruso. Watt aparecía en la contraportada extraviado en un rompeolas (de Brighton, o Bournemouth, o Margate…), peinado a lo 1930 y con un gabán de posguerra que engendraría cientos de imitadores. Su rostro deja entrever el pesar urticante por aquella chica que se escapó. Watt luce en dicha cubierta como un primo atribulado de Chet Baker extraviado en la costa inglesa: calado hasta los huesos, agujero en las botas de faena (excedente de la RAF), pantalones demasiado cortos, camisas con el cuello ennegrecido de sudor, bolsillos vacíos y té glacial en la panza, un protagonista de novela bohemia del Soho londinense (Scamp, o Adrift in Soho) reencarnado en folkie moderno para Cherry Red. Es un disco que es un género en sí mismo. Contiene una de las canciones más tristes de la historia (“Some things don’t matter”), y también el mejor canto al quiero-saber-pero-no-quiero-saberlo de los celos desatados, la picazón de la cruel imaginación que es peor que cien mil verdades (“Thirst for knowledge”). No encontrarán madison ni twist ni alegría de la huerta, allí, pero es un disco de sensacional hermosura y pena dulce, culpa y deseo ardiente de regresar a la infancia.

Xavi Rosés, de Fred i Son (también The Epic Kind y Senderos), ha hecho de aquel disco la piedra rosetta de su sonido. Si con su grupo principal se orienta más hacia el jangle y el primer indie pop tierno inglés, de The Orchids a Felt pasando por Prefab Sprout, con algún toque twee (es un grupo bautizado con el nombre del edredón familiar de Xavi y su mujer, no les digo más), aquí las (confesas) influencias son el viejo North Marine Drive, su primo hermano A Distant Shore de Tracey Thorn, Aztec Camera y, de nuevo, Paddy McAloon con los Prefabs. También el Snowball de The Field Mice (otro disco predilecto en Bendito Atraso). El álbum está dedicado a la memoria de Marv Tarplin, guitarra de los Miracles y co-escritor de “The tracks of my tears”, con lo que ello dice del grupo (el video de “I’ll find out tomorrow”, de CSR, utilizaba al Smokey playero y con permanente húmeda del “Being with you”; un gesto que requiere sus bemoles, dicho sea de paso). Otra más nombra sin ambages a Johnny Cash en el título (“Johnny Cash”, en efecto, que además me recuerda a un viejo tema de los suecos Red Sleeping Beauty; a los que Rosés sin duda ha escuchando a conciencia). Canciones como “Rainy days / Hazy ways” o “Winter coat” incluso poseen nombres que podían pertenecer al North Marine Drive. Rosés está en lost album tan solo como Watt, aunque ocasionalmente se escucha algún toque pasajero que aportan sus compañeros de Fred i Son. Su voz es balsámica y dulce, el rasgado costero y calmo, con aquel toque bossa nova o jazzístico (no de Jazz entre amigos) que a veces se le escapaba a Ben Watt. Es dulce sin almíbar, triste sin melodrama, solitario sin desolación ni mala muerte. Un disco para escuchar en bucle, una y otra vez, topando con nuevos detalles y frases inesperadas aquí y allá, dieciséis rotundas canciones para días cortos y helados como estos. El elepé de invierno de Bendito Atraso. Kiko Amat


Libro del mes (diciembre 2013): HG WELLS La historia del señor Polly

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a-history-of-mr-pollyLa historia del señor Polly

H.G. Wells

Espasa Relecturas / Penguin Classics

272 págs.

He aquí un libro para diseminar por ahí; como si fuese una epidemia de malaria, como un ataque químico a los túneles del metro realizado por un japonés chalupa. Y nunca mejor dicho: si yo estuviese loco, loco de atar (pero con aquella enfebrecida lucidez que es habitual en los locatis), el libro que iría recitando arriba y abajo del Passeig Sant Joan sería este: La historia del Señor Polly, de HG Wells. Es del 1910, y harto más divertido, heroico, descacharrante y revolucionario que la mayoría de novelas que uno puede leer en la actualidad.

HG Wells es conocido por sus “romances de ciencia ficción” (La máquina del tiempo, El hombre invisible, La isla del Dr. Moreau, La guerra de los mundos), no tanto por sus novelas más o menos autobiográficas, naturalistas y sociales, escritas en la primera década del siglo XX: Kipps, Tono-Bungay, El amor y el Señor Levisham y la grandiosa La historia del Señor Polly. Los lectores de Bendito Atraso comprenderán la abisal debilidad que sentimos por este libro cuando les digamos que Reginald Perrin nació de su vientre, al igual que Billy Liar y Maxwell Sim. En efecto, los tres personajes tienen mucho de Alfred Polly, un tendero eduardiano –nacido, por consiguiente, en la petrificada y asfixiante clase media victoriana- que hace gala de una desbordante imaginación léxica (se manifiesta a través de la creación de retorcidos palabros) embutida por la fuerza en hechuras y estrecheces de ciudadano común. Polly es el clásico “little man” inglés, abúlico y mediocre y patológicamente infeliz, apático y tristón, que tanto abundaba en la clase media inglesa de la época (o en la de hoy, ya puestos). Un alma limitada, poco imaginativa en lo cotidiano, esposada (y nunca mejor dicho) a una mujer que detesta, aquejado de dispepsia crónica y encargado de una tienda horrible en un pueblo agonizante (el ficticio Fishbourne, Kent). Pero por dentro hierve con furia el vapor de su descontento, azuzado a la vez por el carbón de su anhelo: el virus que aqueja a Polly es la hastaloshuevitis, y la repentina búsqueda de aventura aguda que un día toma su cuerpo es el rugiente motor que transporta a la novela por aquellos caminos pedregosos. El tema que sostiene el libro (la literatura de Wells siempre esconde “una idea”, y todos sus libros buscan adoctrinar en un sentido o el otro) es el desafío y lucha de un hombre solo contra las obligaciones que la sociedad le impone. Y el deseo de felicidad, caiga quien caiga y duela lo que duela el sendero. Alegría a través de la rebelión. Kicking against the pricks, que dicen los ingleses; incluso si hace pupa.

Mr. Polly tiene 35 años, la mayoría de ellos vividos en la congoja más alienante, hasta que un día se ilumina (¡Dios, puede hacerse! ¡Se puede cambiar de vida!) y decide pegarle fuego a su botica, asesinar a su mujer y rematar la faena con un espléndido suicidio con arma blanca. Por supuesto, todo sale al revés de lo planeado: el incendio acaba devastando la calle entera, su mujer no se presenta a la cita con su propia muerte y a Mr.Polly se le incendian los pantalones justo cuando está a punto de hincarse un objeto punzante en la carótida. Maravilloso. Para acabarlo de arreglar, el Señor Polly no puede evitar salvar a la madre de un vecino que había quedado atrapada entre las llamas, y el pueblo entero le proclama héroe en lugar de basura pirómana e hijo de mala madre, que es lo que justamente le correspondía. Cuando parece que Mr.Polly ha vuelto a quedar enredado en el cazamariposas de la convención social, nuestro hombrecillo decide embarcarse en un “divorcio a la eduardiana” (como irónicamente lo denomina el prologuista a la edición de Penguin Classics, John Sutherland): lo que hoy en día se denominaría dejar tirada a tu mujer de forma miserable, vamos (dejándole, eso sí, todo el dinero del seguro). Polly emprende entonces una arcadiana búsqueda de la verdad en el camino, medio siglo antes que los beats; renace como vagabundo y empieza a andar en búsqueda de la plenitud espiritual, el solaz personal y la paz interior. Cuando por fin encuentra su lugar en el mundo, un idílico pub campestre a la orilla de un plácido rio con embarcadero, aparece una nueva amenaza que le obligará, al fin, a plantarle cara al miedo y ser un tío con un par.

La historia del Señor Polly es, en cierto modo, un autorretrato de Wells. O, mejor dicho, de la posición y vida que aguardaba al autor si este no se hubiese desviado de la senda marcada por clase, época, familia y tradición. Wells, es bien sabido, no terminó de humilde tendero de pueblo (como su padre antes que él) sino que alteró su destino y acabó de profesor de biología y ciencia, primero, y luego autor literario de éxito mundial. Tiene Polly mucho de Wells: el pronto virulento, la fantasía caudalosa, el escozor de clase, la constante revuelta contra el aburrimiento, la búsqueda de un algo mejor. Incluso en lo marital. Wells se pasó por el trasero la mayoría de tabús eduardianos divorciándose dos veces, y cuando parecía que ya no la podía liar más se fugó a Francia con su nueva (y preñada) amante. No es una casualidad que La historia del Señor Polly se escribiera en ese preciso momento de su vida: la novela exhuda pasión, nervio y ansia de existir con grandes expectativas. Es Wells en ebullición, armado y peligroso, en pura primera persona, salvajemente cómico y emocionante como nunca. La novela está llena de flashbacks y situaciones hilarantes, aventura y tormento interior. Contiene indigestión, odio marital y piromanía, una pelea a puñetazos que dura un montón de páginas, más descripciones de felicidad idílica que El viento en los sauces y, pese a que Wells se inspiró claramente en Dickens para escribirla, salta a la vista que no dudó en optimizar el resultado: menos páginas, menos serial, menos personajes inútiles, menos digresiones. Todo reducido para que fuese lo más vital, didáctico, tronchante y emotivo posible. David Nobbs, Keith Waterhouse, Jonathan Coe y tantos otros tomaron sus clases aquí, en la universidad de Polly: “He wanted –what did he want most in life? I think his distinctive craving is best described as fun”. Pues claro, hombre. Fun, fun, fun: es todo lo que hay que saber. Kiko Amat

Lista de mes (diciembre 2013): Quisiera ser…

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brainiac-11) Listo: Pero listo de veras, ¿eh? O sea: capaz de comprenderlo todo, física y química, el origen del universo y la evolución de las especies, poder refutar cualquier teoría que me plantasen ante las napias (y con conocimiento de causa, no a base de exabruptos y empellones), poseer el don de la elocuencia argumentativa (sin pasar casi de inmediato a soltar bravuconadas y agarrar botellas por el cuello), traducir del griego y recitar en latín, toda esa fascinante inmundicia. Por desgracia, el alcance de mi conocimiento se limita a unos cuantos discos estridentes, unos pocos libros antañones y anglosajones, una miaja de sabiduría mínima extraída de una vida entera de percances y ridículos públicos, y unos cuantos trucos de bar para entretener a los amigos en las horas muertas: chistes zafios, abecedario en eructos, hacer rodar superficies planas sobre el dedo índice (eso lo aprendí en un lejano cuartel de marinería) y otras prestidigitaciones más o menos prescindibles. No es un currículo demasiado impresionante, dirán ustedes. Y tendrán toda la razón.

2) Músico: Hoy mismo he recibido un correo de un trío de amigos en plena gira por el noroeste ibérico, y por poco me echo a llorar de pura envidia; sanísima, eso sí (aunque no por ello menos lacerante). O sea: eso es vida. Eso sí es vivir plenamente. ¿Nacer con el talento o la proclividad para componer canciones más o menos pegadizas, y el empuje para confeccionarlas en público ante un centenar de seguidores fieles, haciendo por el camino un ruidazo de tres pares de pelotas amplificadas y en sensurround? ¿Que si eso es mejor que escribir? Espero que estén de guasa. ¡Por supuesto que es mejor! El pop es la más alta y efectiva y gratificante de las artes, se lo tengo dicho. Tengan por seguro que si yo supiese rasgar una guitarra con un mínimo de proficiencia (lo justo para versionar el “Cry for a shadow” de Beat Happening –que tiene dos acordes- sin que diese susto), ustedes estarían mirando una pantalla vacía, en el catálogo de Anagrama faltarían cuatro números de serie y yo estaría ahora mismo pegando brincos ante un micrófono, henchido de plenitud artística y dando alaridos de puro contento. Pero no lo estoy. Estoy aquí, en pijama, como cada día. Como hace diez años, como ayer y mañana. Acompañado solo por mis pensamientos a) repugnantes y b) homicidas. Dios, qué desazón. Pero es mucho mejor que estar en la cadena de montaje, eso sí es cierto.

3) Joven: Con una condición: el cerebro de joven se lo pueden quedar. Especialmente si se trata de mi cerebro. Anhelaría poseer mi indestructible armazón de quinceañero acompañado de mi mente actual (o –vean punto (1)- otra de mejor, si no es mucho pedir). Ser capaz de beber chupitos de amianto y meterme clenchas de ántrax sin que a la mañana siguiente se me licuara la masa gris por una oreja, y sin ser sepultado al alba por la habitual avalancha de pensamientos suicidas. Correr, saltar, beber, patear y poseer aquella hercúlea resistencia en el trascurso del acto amatorio sin que luego me doliesen incluso huesos de los que desconocía la existencia, y por consiguiente sin pasar el usual par de mañanas renqueando por el paseo de Sant Joan como John Silver El Largo. No, no conocer resaca ni enfermedad, reírme en la cara de la gripe y ventosearme ante los atónitos ojos de la fatiga. Merendarme el miedo para desayunar, y digerirlo con un par de tragos de coraje insensato y zumo de inconsciencia criminal. Todo lo bueno de la juventud, en resumen, sin la zoquetez e inepcia que suelen ser inseparables de ella (a no ser que nazcas con la precocidad contranatural de Colin Wilson).

4) Mujer: Es broma. No querría ser mujer ni borracho. Como fémina sería alguien más compasivo y empático y bueno (en general), sin duda, y poseería ese misterio arcano e intangible que algunos denominan “inteligencia emocional”, además de muchos otros atributos beneficiosos para la sociedad y el planeta, pero… ¿Qué sería de mí sin la saludable competitividad entre machitos que fue mi escuela? Todos esos macarras peludos, pedorros y patibularios, pavoneándose cada uno en su parcela, luchando por discernir quién es el más burro, o suelta el insulto más extravagante, o se emborracha de forma más atroz o se pee a mayor volumen o tiene el mayor número de discos inaudibles y hechos trizas de aquel soulman achacoso de Pomona, ¿Qué sería de mí sin el solaz que me proporcionó la compañía de aquellos queridísimos zotes durante todos los años oscuros? ¿Dónde estaría yo sin todo aquel amor? (de apariencia grotesca y deformidad vergonzante, es verdad, pero amor al fin y al cabo). No, amigos: pese a la ocasional pinta de Gollum iracundo, soy un hombre, y no hay nada que podamos hacer para cambiarlo. Y alguna cosa buena sí tiene ser varón, no crean: nadie puede herir tus sentimientos; la aparición de panza no se interpreta como un dramón decimonónico, sino como especie de medalla al valor en el cumplimiento del deber; puedes esconder tus facciones –cada vez más semejantes a una gaita deshinchada y arañada por fieras selváticas- tras un cortinaje de utilísimo vello facial; y la cosa del madurar se toma como una evolución completamente quimérica, inasequible y, por tanto, fútil, que mejor no acometer. Así que podría ser peor, creo yo.

5) Violento: De acto, no de boquilla. Aplastar narices de fulanos que me importunen o contradigan, del uno al otro confín y sin establecer distinciones de altura, raza, peso o diámetro pectoral. Pero pensándolo mejor, tal y como hemos ido exponiendo en las representaciones de ¡Pelea!, mejor que no. Si fuese un tipo musculado, presto al zipizape y con aptitudes pugilísticas, sería un azote de la humanidad. Sería calamitoso y llovería por doquier el monzón del infortunio. Empezaría como la URSS, buscando la igualdad, libertad y fraternidad, tomando el palacio de Invierno y cargándome solo a los Romanoff, pero al cabo de poco ya sería Iosef Stalin: masacrando disidencias, borrando poblados de la faz de la tierra solo porque manifestaron la más leve de las disconformidades agrícolas, inaugurando una severa dieta universal de espléndidos pogromos y gulags y, en resumen, PEGANDO A TODO EL MUNDO: señoras que se me colasen en el Bonpreu, padres antagónicos y tozudos en reuniones del AMPA, críticos impermeables (o directamente hostiles) a mi talento narrativo… Todos perecerían bajo el yugo de mis puñetazos, empezando por el pusilánime aquel que dejó psé a Eres el mejor, Cienfuegos. No, no; sería un mal plan, todo esto. Al cabo de poco tiempo sería multado de forma severa, incluso encarcelado, y avergonzaría a mi familia e hijos. Acabaría en el talego, y sería amado violentamente en las duchas por hombres hirsutos de mirada vacía. No, no, mejor así: birria, bajito, feo como un demonio menor, con puños de Barriguitas y, en resumen, lo opuesto de letal. Todo el mundo será más feliz así, puedo garantizárselo.

6) Londinense: Eso estaría bien. Por todas las razones rocanrolescas y narrativas y culturales y fílmicas e históricas (que no gastronómicas o climáticas) que imaginan y alguna más. Si no fuese posible, me conformaría con ser italiano: uno de esos hombres calvos pero ardientes y seguros de sí mismos, embutidos en camisas de cuello abotonado de imposible altura, que uno ve andando con paso firme y dirección clara por Roma, rumbo a sus asuntos y cafeles y negronis y discusiones a berridos en terrazas. A las malas, incluso me apetecería ser madrileño: me jodería la ausencia del Mediterráneo, Gràcia y el paisaje del Empordà y mi lengua materna, pero al menos los camareros no serían directores de cine o bailarines desempleados y me servirían la cerveza con dignidad y artesanía; y por añadidura viviría en una ciudad que no muta de apariencia y espíritu cada año, como una ramera de alto nivel. No, amigos y lectores, vivir en Barcelona hoy es como estar en la Suiza de Astérix en Helvecia, donde los habitantes se pasan el día fregando y pintando paredes, únicamente preocupados por la pulcritud y los negocietes y el color de las tapias y el qué dirán los turistas. Andar por la ciudad Condal es igual que merodear por los estudios de la Metro-Goldwyn-Mayer en una jornada de cambio de rodaje: casas suben, bajan, transforman su fachada, barrios enteros desaparecen, monumentos maravillosos son tragados por la tierra y otras mierdas tapiescas toman su lugar, espléndidas bodegas y mercados centenarios son canjeados sin remilgos por espantos arquitectónicos vacíos y sin alma, no aptos para alojar criaturas pensantes. Es confuso. Es inmoral. Dejen a mi ciudad en paz de una vez, déjenla envejecer como las demás. O, en caso de que esto sea imposible, denme ya un pasaporte para Tegucigalpa, truenos y rayos.

7) De otra época: Caitlin Moran me dijo, cuando la entrevisté hace poco, que estaba enamorada del siglo XX; pero no sé qué quieren que les diga. Me encantaría estar tan seguro de eso como ella. No paro de pensar en centurias mucho más excitantes que la nuestra, y no hace falta que me arrojen a los morros el argumento de la mortalidad infantil y la jornada de 18 horas; soy consciente de toda esa basura. Sé cuándo se descubrió la penicilina, cuándo se abolió la esclavitud, qué año se universalizó el voto (antes, como decían en Black Adder, “casi nadie podía votar: mujeres, campesinos, chimpancés, lunáticos, Lords…”) y he leído innumerables veces qué pasaba por un procedimiento quirúrgico en el siglo XVI. Y aún así, le veo al XVIII o al XIX, o si me apuran a la primera mitad del siglo XX, más posibilidades para el heroísmo, la iluminación personal y la aventura que el nuestro. Media Europa cascaba cada media década, sin duda, generalmente por epidemias espantosas o tontísimos conflictos fratricidas; por cada niño que te alcanzaba los diez años perecían seis o siete desdichados de las maneras más atroces; pero también tropezabas con un nuevo continente cada dos por tres, no había semana en que alguien no descubriese otro tipo de nuevo ungulado en una zona inaudita del globo, y no existía la televisión, internet ni el teléfono móvil. Lleguemos pues a un acuerdo, similar al de combinar mente de cuarenta y dos con cuerpo de quince años: ¿Qué tal vivir en el XVIII, pero llevándome conmigo papel higiénico, un Word anticuadillo (lo de las máquinas de escribir y las correcciones en Tippex sí era un engorro, hay que admitirlo), ibuprofeno, discos de música pop, cerveza fría y comunismo temprano? ¿Hay trato, pues?

8) The man in the corner shop: En los días de acuciado hartazgo mecanógrafo fantaseo con volver a ser el señor de abrir persiana y ponerse de cara al cliente. El tendero. Aquel chisgarabís feliciano y abúlico que reordenaba la sección A-Z de rock, hervía tés lechosos y mantenía fascinantes discusiones sobre hooligans victorianos y mod revival de segunda generación. O aquel otro que, tras desperezarse, cambiaba la cinta del radiocasete y pasaba el plumero por los magacines extranjeros, parloteando incesantemente sobre inanidades entretenidísimas con este o aquel cliente mientras de fondo sonaban los Sneetches. Echo de menos aquella primera hora y media de tienda vacía, especialmente en un día lluvioso, el olor a serrín y la música plácida, el cerebro vagando lúdicamente por galaxias lejanas y añejas melancolías indoloras, toda aquella paz sin exigencia alguna, aquella impoluta cotidianidad que solo demandaba de uno la apertura de puertas del establecimiento, la simpatía (moderada), el talento suficiente para devolver el cambio correctamente y la capacidad de soltar unos cuantos entrañables lugares comunes cuando era menester. Otra gente sueña con conquistar continentes o componer grandes óperas, aparecer en un filme pornográfico italiano o heredar un imperio de la industria del sopicaldo. Yo solo querría ser el tendero, el disquero, el kiosquero. Nada más. Feliz con mi resaca y alegre con mi (minúscula) carga. Sintiéndome parte del mundo y el día a día, olisqueando la brisa matinal y ojeando prensa foránea. El hombre de la tienda de la esquina. Puts up the closed sign does the man in the corner shop. Ay. La hierba siempre parece más verde al otro lado de la zanja, es la verdad.

Resumiendo: Según parece, desearía ser un músico joven, listísimo, varón, londinense y semi-violento de una década pasada. O sea: RAY DAVIES. Puestos a pedir…

Percusión Persuasiva #4: Robert Forster (The Go-Betweens) en Heliogàbal

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Pueden leer aquí una nueva entrega de la serie de conciertos Percusión Persuasiva (y otros ritmos catalíticos) para el magacín cultural Barcelonés. En este cuarto capítulo visionamos a Robert Forster allá en las alturas, trasegamos elixir reconstituyente, da-da-da-deamos con “Surfing magazines” y allanamos el Sancta Sanctorum de Heliogàbal sin preguntar, entre otras locas aventuras de ayer y hoy.

 

14 razones para discutir en pareja

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Pueden leer el último de nuestros profundotes análisis sociológicos en este link de Playground. Un tifón de diversión para  absentistas laborales compulsivos durante lunes empinados. Incluye explicación del concepto “paja preventiva”, perfiles zoológicos de suegras del pasado y propuestas de desarrollo del método Nazi Fecal para desagradar a las susodichas, además de defensa (en este caso completamente en serio) a ultranza de la enseñanza pública. Entre muchas otras hilarantes viñetas de infortunio bélico. Lean, rían, moqueen a su gusto.

Entrevista chilena con Kiko Amat

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Pueden leer aquí la entrevista con Kiko Amat que aparece en el suplemento cultural La Panera del diario chileno La Tercera. Incluye fotografía del autor tomada durante las guerras púnicas, pero (según parece) aún en uso hoy en día. Ah: tienen que entrar en el número que les indico, y avanzar hasta la página 38. De nada, amigos.

Kent Records: alma profunda y profunda verdad (una charla con Ady Croasdell)

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ady-kent-tavern-webLo hemos dicho en anteriores ocasiones: los recopilatorios fueron importantes. Hablo de una época pre-Internet donde la figura del alumbrador de caminos era crucial, y los fans necesitábamos faros, sabios, maestros, que nos indicaran por ahí sí y por ahí no, y me tiráis un poco más adelante si me hacéis el favor, y no os atasquéis en la puerta, hijos de mi vida. Kent Records, por continuar con la metáfora, nos desatascó a muchos del soul convencional, pedestre, que era moneda común en la antigüedad mod española de 1985 (Hits & Soul, “Funky Street”, Atlantic y Stax, “Toca madera”, Otis y Sam Cooke, “Rescue me”, Los Canarios) y nos llevó en brazos, dulcemente, a otra dimensión. Una que ni podíamos haber soñado. Y lo hizo armada de belleza, coolness, sentimiento y estilo impecable. Podías marcar una X en cada una de las Pruebas Casavella: Kent Records tenía Elevación (las canciones seleccionadas), Elegancia (las portadas de Ian Clark y Phil Smee) y Entusiasmo (la intensa perspectiva juvenil y subcultural de su fundador, Ady Croasdell, ejemplificada en las notas de contraportada que firmaba como Harboro Horace).

Sí, aquellos recopilatorios eran importantes. Fundamentales pilares de nuestra educación musical. Los de Edsel, Bam Caruso, Rhino, los de (la) Trojan y los Transworld Punk Vol.1 y 2, y por supuesto los Nuggets y Pebbles y, lo que nos ocupa ahora mismo, Kent Records. Club Soul (Kent 022) fue mi catapulta particular, pero admiré y escuché y anduve (y me hice camisetas) con muchos de ellos. Aún hoy, mi amor por los recopilatorios de Kent es más intenso, tiene más historia, que el que les profeso a los singles de soul originales que terminé adquiriendo con los años. La razón es simple: esos elepés me acompañaron cuando no había nada más. Me curaron y estuvieron a mi lado cuando el futuro pintaba pésimo, y aún hoy los atesoro furiosamente. No se trata solo de mi educación, sino de mi vida; crecimos juntos, ¿saben?

Con los años llegaría a bailar las canciones incluidas en el Club Soul una y otra vez; en las fiestas del 6t’s Rhythm & Soul Club londinense que forjó los recopilatorios, por ejemplo. Volvería en la Jubilee Line hacia el noroeste, hacia Kilburn, tras otra eterna allnighter en el 100 Club (a donde, por cierto, en muchas ocasiones iba solo), pasadísimo de speed inglés a las siete de la mañana, año 1995, garabateando sensaciones ardientes en un pedazo de papel, en el dorso de algún folleto, pensando febrilmente en declaraciones épicas e historias que “no se pudiesen borrar” (como diría Kitty Twist). Que nadie pudiese borrar.

Unos años más tarde conocí brevemente a Ady Croasdell, el responsable de todo el asunto. Fue en una quiz night musical, en un contexto mucho menos intenso que el de aquellas allnighters pasadas, un domingo tranquilo del 2001, tomando pintas de Guinness y pensando en quién grabó primero aquello o cuál era el nombre real de aquel fulano y pasándolo pipa. Casi no conversé con el hombre, pese a que no paraba de entrecerrar los ojos y mover la tripa y abrazar a su joven novia, y pese a que parecía el tipo más afable del Universo. ¿Qué podía yo decirle? ¿El cliché supremo? ¿Que un disco suyo cambió mi vida, mi perspectiva de muchas cosas? No, no yo, y –por añadidura- nunca conozcas a tus héroes. Pero diez años más tarde, oh destino, aquí estoy, llamándole a las oficinas de Ace Records, donde aún trabaja. La frase del teleoperador (“Te paso con la listening room”) me llena de visiones de Joe Meek y archivos de Decca y salas llenas de rollos y acetatos y discos esotéricos y magníficos. En un segundo, estoy hablando con Ady Croasdell. Algunas cosas de la vida se toman su tiempo, caramba.

Hagamos historia. Kent Records empieza el año 1982 en la tienda Rock On de Camden Town, de la mano de Ted Carroll (de Ace Records) y tú.

No, esto es antes de Camden Town. Rock On era solo una parada de oldies que hacía esquina con Portobello Road. La primera tienda de oldies de la Gran Bretaña, de hecho. Yo era cliente suyo, y Carroll sabía que me gustaba el soul. Aquí es donde la historia varía dependiendo de quién la cuente: Ted Carroll dice que él me ofreció empezar Kent Records, y yo creo que fue al revés. En todo caso, Ace (que era el sello de reediciones asociado a Chiswick Records, el sello de pub rock que surgía de Rock On) adquirió los derechos de reedición de Kent y Modern, dos sellos americanos de R&B. Uno de los dos –Ted o yo- pensó que podríamos sacar un buen recopilatorio de Kent Records (el sello original) y que tenía posibilidades de venderse bien. Por aquel entonces yo ya llevaba tres años organizando las fiestas del 6t’s Rhythm and Soul Society (primero en Covent Garden, y desde 1981 en el 100 Club de Oxford St.), y existía un público fiel de soul fans.

Según la leyenda, Ted Carroll sacó aquel primer elepé de Kent (For dancers only, con singles de Kent y Modern de varios estilos: R&B, armonías vocales masculinas, girl groups y stompers de northern soul) para acallar a “los mods pesados” que iban a su tienda a reclamar soul original.

Había una nueva demanda de soul por parte de los mods, sin duda. Randy Cozens, el mítico mod original y fan del soul, así como cofundador de la 6ts Rhythm & Soul Society, acababa de publicar su famoso Mod Top 100[1] en Sounds, y los jóvenes mods del revival habían empezado a buscar discos de soul americano.

O sea, que podría decirse que en 1979 tú y Cozens alterasteis permanentemente el rumbo de lo mod, por aquel entonces en pleno apogeo de su etapa punk-rock, con música pop en directo, chapas y pelopinchos a porrillo y escasa música negra.

Sin duda. Quadrophenia, la película de 1979 y el álbum que lo acompañaba, habían incluido aquellos oldies de James Brown, The Ronettes y tal. La gente empezó a ser consciente de que los mods originales de los 60’s escuchaban casi exclusivamente música negra, y estaba deseosa de saber más sobre el tema. Por supuesto, y si exceptuamos a los artistas de Tamla Motown, casi todos los músicos de soul tendían a ser one-hit wonders, y no había forma de encontrar información alguna sobre ellos. Y los discos eran muy raros, aunque ahora no lo parezcan tanto. Se necesitaba una lista que marcara la dirección.

Pero tú eres de Market Harborough, un pueblo muy pequeño en medio de la nada. ¿Dónde te infectaste de esa pasión por el soul?

A los doce años me gustaban el country y el R&B, y coleccionaba sobre todo discos de The Animals. De ahí empecé a escuchar blues, psicodelia, jazz… Mis hermanas tenían una amiga mod que era seis años mayor que yo, y un día trajo a casa unos cuantos discos maravillosos: el Greatest Hits de The Temptations, del Da Capo de Love, My Favorite Things de John Coltrane… Todo era música genial, de todos los estilos. Pero el de Temptations me impresionó profundamente, más que los demás. Hacia aquella época (Inglaterra a mediados de los sesenta) Geno Washington era muy popular, y su Hand Clappin’ Foot Stompin’ Funky-Butt… Live! (1966) también fue una gran influencia. También el King & Queen de Otis Redding y Carla Thomas, y el Otis Blue, ambos de Atlantic.

Y entonces, en 1969, acudí a mi primera allnighter, y recibí el primer bofetón de soul serio en toda la cara. Aquello sí representó un cambio crucial, fue un shock absoluto para mí y muchos otros chicos como yo. Era en un pueblo de Northamptonshire, cerca de donde yo vivía. Ni eso: se celebraba en la antigua estación, en mitad de un descampado. Por aquella época a ese estilo de música ni siquiera se le llamaba northern, tan solo era conocido como old soul. Tampoco recuerdo el DJ, los pinchadiscos aún no eran populares, nadie recordaba sus nombres y no aparecían listados en los flyers. Pero aún hoy celebro la suerte que tuve. En 1969 la escena era muy pequeña, debían existir únicamente unos 2000 fans del soul en todo el Reino Unido, y tan solo se celebraba una allnighter cada fin de semana en todo el país (exceptuando el Twisted Wheel de Manchester, que sí programaba noches regulares de soul raro). Y de todas esas preciadas allnighters, una fue a celebrarse ¡a seis kilómetros de mi casa! Eso es tener suerte.

¿Antes de la iluminación northern habías llegado a ser un joven mod?

No. Iba con mods, por supuesto, pero al poco tiempo, hacia 1969, casi todos eran ya skins.

¿Smoothies?

No, esto era pre-smoothies. Yo era el único de toda la panda que llevaba el cabello largo. El resto, y éramos 30 o 40, eran solo skins, casi todos ex-mods. Algunos llevaban pintas más duras y otros todavía intentaban ir bien elegantes. Aún pasaron algunos años hasta que empezaron a dejarse crecer el pelo. Gracias a mí, tal vez (ríe).

¿Llegaste a formar parte de la escena del Wigan Casino?

Cuando abrió en 1973 muy poca gente iba al Wigan, aún tendrían que pasar unos años para que se convirtiese en el fenómeno masivo que terminó siendo, a nivel nacional. Pero, en todo caso, para entonces yo ya era un vendedor de discos autónomo, e iba al Wigan Casino una vez al mes para hacer negocios, ver amigos, bailar y comprar más discos.

¿Empezaste a vender discos inmediatamente después de convertirte al soul raro?

No. Fui a la universidad unos tres años, durante los cuales empecé a coleccionar discos. Entonces empecé a trabajar en Cheapo Records, una tienda de discos de segunda mano que estaba en Rupert Street, en el Soho londinense. En Cheapo trabajaban los dependientes más maleducados y groseros de toda Inglaterra. Pero yo no. Yo llevaba la sección de singles, y era un tío majo.

CDHP019 FOR DANCERS ONLYVolviendo al sello. Supongo que eres consciente de cómo Kent Records alteró para siempre la visión del soul (además de hacerla mayoritaria), y también la visión de los recopilatorios. Hasta entonces solo existían bootlegs feísimos y mal grabados como The Northern Soul Story, o colecciones de cosas mainstream bastante pedestres.

No estaba seguro de haber hecho nada tan decisivo, hasta que un día Cristina (Soulful Cris) me invitó a pinchar en una allnighter en Vicenzo para jóvenes fans italianos del soul. Era el año 2000. Toda aquella escena, bastante numerosa, había nacido de los recopilatorios de Kent. “Todo esto es gracias a ti”, me dijo. Creo que Kent Records representó un cambio de actitud fundamental. Hasta que llegamos nosotros, todos los fans del blues y el soul, los musicólogos de la vieja escuela, veían el northern como una cosa de gamberros y lo trataban despectivamente. Todos menos Dave Godin, quiero decir. Kent trajo una nueva mirada al soul, más divertida y escenera que la de los críticos y las revistas especializadas en música negra. Era una gran combinación: por un lado, tratábamos el trabajo de forma muy seria, y nos encargábamos de que todos los cortes fuesen legales, de que se pagara a los artistas siempre que fuese posible y que el sonido fuera impecable, etc. Pero por otro lado afrontábamos la faena con gran entusiasmo y ganas de divertirnos. Con la edad he terminado convirtiéndome en otro musicólogo (ríe), pero en 1982 lo que hacía falta era frescura, juventud, pandilleo y mucho baile. Randy Cozens también contribuyó a forjar esa nueva mirada. Su visión del soul americano venía de una perspectiva mod profunda y apasionada, parecida a la de Dave Godin. Lo que buscaban era calado, emoción y clase. Intentaban decirles a los fans del Wigan: no escuchéis esa mierda de uptempos pop a 200bpm[2], la calidad está en los medios tiempos de soul con raíces, aunque sean más lentos.

Uno de los atributos de Kent Records es precisamente que tocarais todos los palos y tiempos: R&B sofisticado, stompers, algo de disco, midtempos, northern, deep soul… Algunos de mis discos preferidos de Kent son de baladas lacrimógenas, como Down To the Last Heartbreak (Kent 084).

Fue así desde siempre. El tercer recopilatorio de Kent es Slow’n’Moody, Black & Bluesy (Kent 003). Pero incluso los dos primeros, For Dancers Only y For Dancers Also (Kent 001 y 002) tratan de mostrar todo el espectro negro: vamos de “My aching back” de Lowell Fulsom, que es puro mod R&B, a Mary love o ZZ Hill, hay midtempos, northern, R&B, muchos grupos de chicas, latin soul, jazz de club… Buscábamos incluir todos los matices del soul y el R&B, cosas que la gente que venía del northern no había escuchado nunca.

También existieron un par de álbumes quizás concebidos para sacar rédito de modas pasajeras, caso del Kent Stop Dancing (Kent 029), que llevaba temas de garaje como el “99th Floor” de los Moving Sidewalks, o el Dancefloor Disaster (Kent 076), que no sabría definir muy bien.

La razón es el contexto. Sobre esa época yo había empezado a pinchar los miércoles por la noche en el Camden Palace, en unas noches que se llamaban Twist & Shout. Rusty Egan[3] había fundado el Camden Palace en 1982, y fueron él y Steve Strange[4] los que me propusieron crear aquella primera oldies night londinense. Era muy popular, acudían unas mil personas a cada evento. Por supuesto, a aquel millar de personas no podías pincharles solo soul desconocido, así que les ponía Eddie Cochran, The Kingsmen, The Moving Sidewalks, también R&B, beat… Era la típica disco de oldies con intención divertida, en general, y popular. De ahí salió Kent Stop Dancing. El caso de Dancefloor Disaster es similar. Estaba pinchando también los jueves por la noche en el 100 Club, y los viernes por la noche pinchaba allí en noches de jazz. Los sonidos que seleccionaba eran cosas bailables que no me encajaban en ningún otro lado, de Hugh Masekela a funk y disco. A la gente parecía gustarle la combinación, así que al final conseguimos derechos de MCA/Universal y los juntamos en un álbum.

Ady-Ian-webLas portadas de Phil Smee y Ian Clark contribuyeron sin duda al éxito de Kent. Eran elegantes, sugerentes, explicativas y muy cool, auténticas obras de arte por sí mismas. Y luego estaban esas notas de contraportada.

Phil Smee era muy bueno pero, aunque trabajaba para nosotros, en realidad venía de hacer portadas de discos de R&B, rockabilly[5]… Ian Clark (en la foto junto a Ady, en el 100 Club) era distinto. Había sido DJ de soul y era un viejo amigo que, además, daba la casualidad que trabajaba como artista gráfico. Su involucración en Kent fue natural, menos profesional que la de Smee. En cuanto a las notas de contraportada, su origen está en lo que te comentaba antes, la necesidad de una mirada ligera y amena al soul. Eran comentarios nada académicos, construidos con palabras no muy largas, sobre lo que contenía el LP. También estaban llenas de bromitas privadas, por lo que pido disculpas. A veces la escena parecía una gran camarilla donde todos se conocían, y la tentación de realizar comentarios jocosos sobre esto o aquello era muy grande.

Dave Godin se alineó con vosotros desde el principio, ¿no? Sus posteriores series de Deep Soul para Kent son de lo mejor que he escuchado en la vida.

La columna de Dave Godin[6] en el Blues & Soul era la única cosa que podías leer entonces sobre soul que no fuese académico o pesado. Godin fue el primer defensor del northern soul, y admirador del espíritu y la camaradería que desprendía la escena. El suyo era un caso extraño. Pese a su entusiasmo, Godin era un intelectual. Se salió de la escena justo cuando yo empezaba a bailar en ella, así que al principio no hablé con él. Le conocí quince años más tarde, y empezamos a conversar porque acabábamos de incluir el “She broke his heart” de los Just Brothers en un álbum de Kent. Estaba emocionado, porque no la conocía. En realidad, la canción era (de nuevo) una recomendación que me había hecho Randy Cozens. A partir de ahí seguimos hablando durante un tiempo de 60’s soul, y del poder emocional de las canciones, y cuando estuvo seguro de que éramos de los suyos (risas) nos confesó su proyecto de recopilar deep soul. Estábamos de acuerdo en que lo que definía el término era la intensidad emocional del artista, no el ritmo. Cosas como “That’s what you wanted” de Frank Beverly también podían ser deep soul. Godin era muy particular en ese aspecto, en el uso de la etiqueta. Era suya, él se la había inventado, y no le gustaba que se utilizara para discos que no le gustaban. O para southern soul en general. O para definir las baladas (risas). Se enfadaba a menudo.

Mi disco favorito de Kent aún sigue siendo, 26 años más tarde, el Club Soul (Kent 022). Todas esas canciones de Wand/Scepter llenas de sentimiento, emoción y delicadeza, como el “Rainmaker” de The Moods.

A mí también me encanta. Randy Cozens, una vez más, poseía muchos de esos singles, su influencia fue decisiva a la hora de decidir la orientación del recopilatorio. El conjunto no es northern, hay soul de club, R&B, medios tiempos, incluso una balada. Lo que une todos los temas es una cierta elegancia mod-soul. Por supuesto, la portada del Flamingo ayudó a popularizarlo entre los jóvenes mods de los ochenta.

Para mí define la sofisticación natural del soul urbano, estilo Chicago. Aunque no sea de Chicago.

En realidad, es cierto, muchos de los artistas no eran de Chicago. Johnny Copeland, el de “It’s me”, era de Texas, y la discográfica es de New York, pero entiendo lo que quieres decir. Sí emana una indescriptible y sutil sensación Chicago. Es como la diferencia que existe entre escuchar el “Michael” de los C.O.D.’s, y el “Michael” de Geno Washington. La primera, al ser de Chicago, tiene esa coolness indefinible de la que la segunda carece.

Una última cuestión. Pese a que las allnighters del 100 Club son legendarias, a mí las fiestas que me gustaban de veras eran las especiales de Navidad, cuando solo pinchabais los super-oldies, y hay concurso de baile de DJs, y todo el mundo se sentía melancólico y feliz.

Sé lo que quieres decir. Aún las hacemos. El aniversario del club también tiene esa atmosfera, lo mismo sucede en Cleethorpes el domingo por la noche. La gente está sensible, y son noches de extrema nostalgia, muy especiales. Últimamente he participado en el club Crossfire, pinchando oldies clásicos que los fans del 100 Club, más orientados hacia la rareza, casi no conocen. Eso me gusta.



[1] El Mod Top 100 apareció en la edición Bank Holiday del Sounds, en agosto de 1979. En ella, Cozens (la persona que, junto a Dave Godin y Croasdell, más ha predicado su pasión por la música de la América negra) listaba 97 singles imprescindibles de soul, 2 de ska y uno de pega para que nadie pudiese afirmar tenerlos todos. Pueden intentar descubrir cuál es el falso aquí.

[2] En aquella época, la combinación de farmacopea estimulante y voluntad acrobática habían normalizado en la escena northern el pinchaje de cualquier cosa que fuese endiabladamente rápida y tuviese un ritmo vagamente bailable-con-piruetas. De ahí la asiduidad de canciones como “Hawai 5-0”, “Joe 90” y otras mierdas.

[3] Batería de The Rich Kids (el grupo de Glen Matlock) y, posteriormente, face del Nuevo Romanticismo londinense de los 80’s. Fue DJ en el club Blitz y tocó en Visage. Se le atribuye haber moldeado el gusto musical New Romantic alrededor de la electrónica y el synthpop.

[4] Otro face de los New Romantics. Strange era el anfitrión de las noches en el Blitz, y co-dirigía el Camden Palace con Rusty Egan. Obviamente, también fue el cantante de Visage.

[5] Phil Smee es Dios. Fundó Bam Caruso (además de diseñar todas sus maravillosas cubiertas) y, desde su Waldo’s Design & Dream Emporium, trabajó para todos los sellos del mundo: Edsel, F-Beat, Chiswick, Decca, Stiff, Ace, Rhino… Si ven una portada muy hermosa, las posibilidades de que sea de Smee son altísimas. También diseñó (como sabe todo el mundo) el logo de Motörhead.

[6] Dave Godin también es Dios. Sus escritos sobre soul y poder emocional son tan importantes para nosotros como los de Nik Cohn o Kevin Pearce. Merece la pena leer sobre su vida y obra.

(Esta entrevista, en versión ampliada y con más inyecciones de primera persona, puede encontrarse aún en el fanzine Thorn. Pueden conseguirlo escribiendo aquí)

Dos entrevistas: gallega y chilena (extended)

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Las dos con el menda.

La gallega, para la web Transgrediendo, pueden leerla aquí. La otra es la versión extendida de una que les mostraba en una entrada anterior, esta vez publicada en la chilena Luchalibro. Lean, si no tienen un libro (u otro apéndice) entre manos.


Plinio o el zen manchego

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Novela La editorial madrileña Rey Lear emprende una tarea de recuperación de la serie de novelas detectivescas de Francisco García Pavón (Tomelloso, 1919 – Madrid, 1989) centradas en la figura de Manuel González, alias Plinio, jefe de la Guardia Municipal de Tomelloso.

ElreinadodeWitiza001-1Como muchos otros (malos) estudiantes de BUP, no atesoro un recuerdo sublime de las lecturas obligatorias en literatura castellana. Yo tenía diecisiete años y ya había leído a Colin McInnes y JD Salinger, cuyos libros eran (admítanlo) bastante más amenos que La Regenta. Ese desafortunado primer encuentro con la narrativa ibérica enquistó en mí un duradero prejuicio que solo terminaría hace unos años, cuando le pedí al escritor Santiago Lorenzo modelos patrios de ficción divertida, ágil y cómica. Lorenzo me dirigió, entusiasmado, a la serie Plinio de Francisco García Pavón. Localicé Las hermanas coloradas (1970) y El rapto de las sabinas (1969), ambas para Destino y best-sellers de facto, me puse a ello y, miren lo que les digo, aún no he conseguido frenar. A ello ha contribuido la recuperación de Plinio por la editorial Rey Lear, con Otra vez domingo (1978), Voces en Ruidera (1973) y El reinado de Witiza (1968), entre otras.

Descubrir a García Pavón es una revelación. Conocer a Manuel González, alias Plinio, Jefe de la Guardia Municipal de Tomelloso (La Mancha), uno de los más afortunados encontronazos de un lector. Los Plinios son una cosa única, un género en sí mismos. Se trata de novela detectivesca situada en un pueblo manchego durante los “años del desarrollo” tardofranquistas. El Sherlock de dichas novelas es, ya dije, un munipa aldeano, “primer listo del pueblo” e inspirado deshacedor de entuertos local mediante sesera y “pálpitos”. Su Watson es el veterinario de Tomelloso, Don Lotario, que también aporta medio de transporte (un 600, of course). La trama suele ser adictiva, intrigante, sin más sordidez de la estrictamente necesaria. Hay asesinatos de vez en cuando, pero a menudo los casos versan sobre desapariciones de gemelas, embarazadas suicidas, médicos que se esfuman y gritos en las lagunas de Ruidera (el Baskerville pliniesco).

El estilo de Pavón es castizo pero esbelto e imposiblemente elástico. García Pavón escribía como quería, y encima con humorismo. Los libros rezuman pasión: por la vida, el vino, las costumbres, las siestas, las tetas y los amigos. Plinio es un hombre lleno de sentido común y amor por la existencia, comprensivo y cachondón; un protagonista entrañabilísimo, fuente de aforismos memorables y recetas para la plenitud cotidiana. De hecho, los Plinios pueden agarrarse también como libros de Zen manchego. De ellos no extrae uno tan solo un rato gozoso y suspensero, sino también enseñanzas para deambular satisfecho por este vertiginoso mundo de hoy: “Era tan bueno el fresco de la cueva, tan tragadero el blanco y aromático y viril el tabaco del señor veterinario, que los tres hombres tardaron mucho en romper a hablar. Allí permanecían acluecados, perdidos en sus humos, sus tragos y sus imaginativas” (de El reinado de Witiza). Uno empieza leyendo sobre el Tomelloso de Plinio y termina mudándose allí. Y, créanme, es un espléndido lugar donde residir.

Hablan tres fans de Plinio

“A propósito de García Pavón, dos cosas: su lenguaje no informa ya de una fonética, de una entonación o un ritmo, que también. Sino de una complexión, mental y hasta anatómica: la del íbero asceta maltratado por sus gobernantes y payasos oficiales. Brooklyn y eso está muy bien, pero las cosas se empeñan en pasar irremisiblemente en cualquier sitio, ya sea en núcleo exótico o, como es el caso, en un pueblo como el que García Pavón describe: un predio mocho, fofo, romo, soso, tomilloso. Para que nosotros deduzcamos que, ergo, todo sitio es excitante escenario.”

Santiago Lorenzo, escritor (Los huerfanitos)

“Yo era aficionado a novelas de crímenes, y que se hablase de crímenes en España, con un investigador de aquí, con su estilo propio, sus deducciones y método pesquisidor me impactó. Además, vengo de familia manchega. Cuando mi tía Vicenta apareció un día con un ejemplar de Las hermanas coloradas se me abrió el cielo. Aquellos personajes, aquellos nombres, aquellos motes y pueblos y paisajes que yo conocía de primera mano… Y además había asesinatos, ¡y un guardia municipal que los resolvía acompañado de un veterinario en 600!! No se podía pedir más.”

Gustavo Perona, librero (Llibreria Cercles, Bailén 201)

“Nunca pensé que empatizaría con un policía local, ni que lo querría como amigo. Pero si es fan de empinar la bota, los razonamientos más audaces y sus casos pasan por desentrañar el misterio de robos de jamones y tumbas vacías todo es más fácil. Me sucedió con Plinio (costumbrista pero mágico y, por ser español, cómico y trágico a la vez): descubrí cómo mis personajes favoritos extranjeros (Sherlock Holmes o Arsenio Lupin) podían trasladarse a territorios cercanos sin perder el encanto. O ganándolo, incluso.”

Miqui Otero, periodista y escritor (La cápsula del tiempo)

Kiko Amat

(Artículo publicado previamente en el suplemento Cultura/S de La Vanguardia del 15 de enero del 2014)

Libro del mes (enero 2014): CARLOS ZANÓN Yo fui Johhny Thunders

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yo_fui_johnny_thunders_300x457Yo fui Johnny Thunders

Carlos Zanón

RBA

316 págs.

Esta es la cuarta novela de Carlos Zanón, hasta hoy conocido por frecuentar los bajos fondos de la novela negra barcelonesa. Su anterior libro, No llames a casa (RBA 2012), ya planeaba una fuga de las restricciones del género (o cuanto menos de sus clichés) mediante una trama inequívocamente barcelonesa, sin detectives imposibles ni rubias fatales, frecuentada por cholos, reponedoras y gente normal (lo que, paradójicamente, resulta ser una anormalidad en la novela negra moderna). Era un libro que, pese a su trama criminal, fondeaba simpático en nuestras cosas y tendía la mano a nuestros quehaceres y querencias y tradiciones extrarradiales. Si nos gustaba Zanón entonces, ahora es que nos pirra. Ignoro cuáles eran las referencias de aquel No llames a casa, pero está claro que con Yo fui Johhny Thunders se situa entre el Nelson Algren de El hombre del brazo de oro y el Casavella de Un enano español se suicida en Las Vegas y los Watusis. Con Dan Fante de por medio, y el I am the greatest says Jonnny Angelo de Nik Cohn dando la murga desde el baño.

Déjenme que les diga esto: pocos autores describen y hablan de los barrios proletarios de Barcelona con esta fuerza y esta verdad. Pero no solo de ello nos habla Zanón. Nos habla de rock’n’roll, pues el malhadado protagonista, Mr. Frankie (como el de El hombre del brazo de oro) o Francis (como Casavella) es un viejo punk-rocker acabado. Nos habla del pasado, y cómo no te zafas de él. Nos habla de barrios y pobreza y haber sido alguien, y ya no serlo más, y el dolor que ello conlleva. Habla de haber sido un hijoputa y darse cuenta demasiado tarde, tan tarde. Nos habla de bingos y descampados, de galletas Cuétara (el lujo de los pobres) y café con salvamanteles y tortilla y una naranja de postre, nos habla de Winston de importación y trajes bolsudos y humillantes entrevistas de trabajo. Nos habla de derrota y dolor, y de aquel momento fugaz de esperanza que se desvanece demasiado rápido. Nos habla, como Harry Crews o John Fante, de familia y sangre y hacinamiento y desear escapar de él. Nos habla de ver cómo se te escapan las posibilidades, de tomar todos los caminos equivocados. Nos habla de heroína; cómo no va a hablar de heroína alguien nacido en 1966 en el Guinardó. Nos habla de fiero odio de clase, del sueño y el milagro de todos esos discos pop que nos salvaron la vida (“literalmente”, me dijo su autor hace poco), de amigos caídos y gente que querrías no conocer, no haber conocido nunca. Nos habla de vergüenza obrera y de orgullo obrero, sin que sea una contradicción más que en el sintagma. Nos habla de la plaza Ibiza, de la plaza Catalana, del Màgic y de Horta. Nos habla de crimen, pero del mismo modo en que lo hacía Algren: como parte de la condición humana y las cosas que hacemos y la violencia que nos sucede, con la que quizás no nacimos.

Yo fui Johhny Thunders es un libro emotivo, duro, puro, con sentimiento y vísceras: un paso al frente del novelista, una firma valiente por la confederación de autores autodidactas, callejeros y no-académicos. Zanón parece decir, del mismo modo que lo dijo Javier Calvo con aquel Corona de Flores, ESTO SOY YO. Lo que hice hasta aquí está muy bien, vale, pero ¿esto? Soy yo de veras. Esto es lo que hago. Yo fui Johhny Thunders es una novela de asombrosa potencia que, con su verdad y belleza, se hinca en el hueso. Y dice cosas como esta: “Los nombres de tus bandas favoritas en pupitres y lavabos. Robando acordes de la tele, vomitando la frustración de estar fuera de todo: de ser inglés, de ser guapo, de ser rico, de tener coche de no ser otro. Todo cenas recalentadas, dormitorios compartidos con hermanos pequeños, padres embrutecidos por el trabajo, el fútbol por la radio y la resignación, madres frustradas, divertidas, presas y carceleras de todo y para todos. Chicas que te rompían el corazón. Chicas a las que rompías el corazón. Y el rock’n’roll como una emisora que te conectaba con todos los distintos del mundo. Que te hacía, en cierta manera, trascendente, mítico, otra cosa”. Oh.

Si ustedes son de los que creen, como nosotros, que en lo de escribir también hay bandos, a partir de hoy es imposible dudar a cuál pertenece Zanón. Bienvenido al club. Insuperable novela, Zanón.

Kiko Amat

Disco del mes (enero 2014): THE CYRKLE Neon

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Cyrkle NeonTHE CYRKLE

Neon

(Columbia, 1967)

No confundir con The Circles, los del mod revival. Estos son “círculo”, en singular, llevan una Y en plan Byrds y una K de Kiko, Kamenbert y Kent, y son de los sesenta. The Cyrkle eran un grupo de Pennsylvania mudado a Nueva York, y sus talentos se concentraban en los dos miembros fundadores: Tom (Dawes) & Don (Dannemann). Habían sido un grupo de surf-frat llamado Rhondells (no confundir con los Shondells de Tommy James) y se pasaron al beat tras la invasión británica. Brian Epstein les descubrió y añadió a su escudería, y (según dicen) fue John Lennon quien les rebautizó. The Cyrkle tenían un notable talento compositor, además de gusto y extenso abanico de influencias y palos. Si quieren imaginar su sonido solo tienen que pensar en un grupo de garaje-beat muy levemente psicodelizado, con toques folk y bossa, y pasado por un tamiz showbiz de Brill Building: pulido, encerado, abrillantado, mega-POP. The Cyrkle son conocidos fundamentalmente por “Red Rubber Ball”, que alcanzó el #2 en el Billboard Top 100 y había compuesto Paul Simon junto a un miembro de los Seekers, Bruce Wodley. Simon & Garfunkel nunca llegaron a grabarla, pero pueden escucharles tocándola en 1967 aquí (también pueden encontrar la versión de The Cyrkle, un par de frases más arriba; si se están preguntando por qué Don Danneman parece un skinhead del East End en el video, la respuesta es: en 1966 era guardacostas).

A “Red Rubber Ball” le seguiría el elepé correspondiente, y Neon (Columbia, 1967) sería su segundo álbum. Neon es un disco tremendo. Suena a The Who, a folk del Village y a folk-rock de The Turtles, a beat y Mersey, a pop británico de Hollies a Kinks y Roulettes, y tiene sitares y aires jazzy/bossa nova, como los Free Design. El hit patente es “Don’t cry, no fears, no tears comin’ your way”, que podría estar en un Nuggets “Pop”, puro psicopop contenido y escueto, con sitar sutil y aire The Remains. Lo mismo sucede con “Our love affair is in question”. El resto del elepé está plagado de composiciones asombrosas y emocionantes. “Weight of your words” se beneficia del añadido de cuerdas, y tiene un sonido a lo The Merry Go-Round, beat suave con ascendencia McCartney. Las dos versiones son piezas clave para entender al grupo: una nueva ayuda de Simon/Woodley (la folkísima “I wish you could be here”) y una espectacular oscuridad de Bacharach/David (“It doesn’t matter anymore”) que grabó con muchas más trompetas y violines Ricky Nelson en 1966, y también nuestros amados BMX Bandits (en un homenaje a Burt Bacharach, cómo no). Favoritísima de Bendito Atraso, si quieren saberlo.

El disco no tiene ni una canción mediocre –se tendrán que tragar el acostumbrado vodevil kinkesco de “Problem child”, pero es un precio irrisorio que pagar- y fue reeditado hace poco por Sony/BMG, por lo que puede conseguirse fácilmente. Kiko Amat

Lista del mes (enero 2014): 10 cosas que no puedes hacer si tienes hijos

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La coyuntura presente nos ha llevado a escribir en multitud de nuevos medios: Jot Down y Playground, entre ellos. Puesto que pasamos y pasaremos el día realizando listas para estos dos magazines y riéndonos solos como gente loca, las listas de Bendito Atraso quedan en suspenso por falta de espacio, tiempo y (no voy a mentirles) vigor mental.

Asimismo, cada nuevo mes publicaremos alguna lista favorita de las publicadas en las últimas semanas en los medios mencionados. Pueden leer las 10 cosas que no puedes hacer si tienes hijos, nuestro pequeño hit reciente, clickando de nuevo aquí.

Los ochenta: verdadero o falso

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Un descacharrante quiz en diez preguntas, publicado hoy en Playground. Lean esta séptima maravilla del humor cafre acá. Traci Lords, conflagración nuclear, servicio militar, cocaína inexistente, sexo en vías de extinción y otras peculiaridades antropológicas ochenteras.

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